Jugando en la plaza

Adapt. de "Un gran Educador", por A. Auffray


-Vea, Eminencia, imposible educar bien a la niñez si no se tiene su confianza, su amor.
-Pero, ¿cómo ganarla?, pregunta el Cardenal Tosti.
-Haciendo lo imposible para atraernos los niños hacia nosotros, rompiendo todos los obstáculos que los tienen alejados.
-¿Y cómo proceder para atraérnoslos?
-Acercándonos nosotros a ellos, Eminencia; procurando plegarnos a sus gustos, hacernos semejantes a ellos.¡Quiere más, quiere que tras la teoría pasemos a la práctica? Dígame ¿en qué lugar de Roma puedo encontrar un buen grupo de niños?
-Plaza de las termas o plaza del Pueblo.
-Bien, vayamos a la plaza del Pueblo.

Se da la orden al cochero y diez minutos después están allí. Don Bosco baja de la carroza y el cardenal se queda dentro atisbando.

Un grupo de pilletes se halla en la plaza en pleno juego. Cuando Don Bosco se acerca todos echan a correr. Pero Don Bosco no se da por venido. Con un ademán lleno de bondad, con palabras que son todo afecto, llama a esos niños. Después de algún titubeo, algunos vienen lentamente hacia él. Don Bosco les hace un pequeño regalo, les pregunta acerca de ellos, de sus familias, su escuela, su juego. Al ver a este sacerdote bonachón en medio de sus camaradas los más huraños vuelven.
-Vamos, niños-dice Don Bosco-, vuelvan ahora a su juego y dejen que yo tome parte en él. Y levantándose un poco la sotana entra en el juego.
El espectáculo atrae de los cuatro ángulos de la plaza a otros que callejean por allí. Don Bosco los acoge a todos con su bondad, les dice una palabra amable, les ofrece una medalla, y con dulzura, les pregunta si rezan y si se confiesan.

Cuando deja la partida, todos intentan retenerlo, pero él no quiere que el cardenal espere demasiado. Entonces, aquellos niños ganados en un cuarto de hora por la caridad del humilde sacerdote, le hacen un séquito de honor hasta el coche, y éste, cuando arrancó, lo hizo entre dos filas de pequeños romanos que aplaudían a más no poder.

-¿Vió, su Eminencia?
Y el cardenal no pudo menos que admirar cómo, en poco minutos, el santo había conquistado a aquellos pilletes.

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