Un poema para el Jueves Santo

por el P. Javier Leoz

TE QUEDAS, SEÑOR
En el pan, para calmar nuestra hambre espiritual
Y, cuando te vemos partir y repartir así la hogaza,
vemos que nos amas
hasta el extremo que tu Cuerpo,
se desangra y se derrama en sangre,
para que, nosotros tus amigos,
tengamos asegurado alimento en nuestro caminar.

TE QUEDAS, SEÑOR
Y, al quedarte entre nosotros,
lo haces como el que siempre sirve y se da.
Como el que, arrodillándose o inclinándose
nos indica que el camino de la humildad
es el secreto para llegarnos hasta Dios
y para mitigar penas y sufrimientos.

TE QUEDAS, SEÑOR
Con un amor tremendamente asombroso
nos enseñas el valor de la fraternidad
la clave para vivir contigo y por Ti.
La llave para, abriendo la puerta de tu casa
contemplar que, el interior de tu morada,
está adornado con el color del amor
y con la entrega de tu Sacerdocio
o con el sacrificio de tu vida donada.

TE QUEDAS, SEÑOR
Para que, sin verte,
te adoremos en tu Cuerpo en tu Sangre.
Para que, al llevar el pan hasta tu altar,
nos acordemos que es signo de tu presencia.
Para que, al repartirlo entre los necesitados,
comprendamos que es sacramento de tu presencia.

TE QUEDAS, SEÑOR
Y nos dejas un mandamiento: ¡Amaos!
Y nos sugieres un camino: ¡El servicio!
Y te quedas para siempre: ¡La Eucaristía!
Y eres, sacerdote que ofrece
Y eres, sacerdote que se ofrece
por toda la humanidad.
Gracias, Señor

La zarza ardiente

por el P. Ramiro Pellitero
Inst. Sup. de Cs. Religiosas
Universidad de Navarra
(
http://www.religionconfidencial.com


La herencia judía –configurada por el Dios vivo–, el alma rusa –transida de cristianismo y de vitalidad–, la historia europea del siglo XX y la cultura occidental –con sus avances y paradojas–, la nostalgia de la niñez y de las tradiciones populares, el sentido profundo de los símbolos, el dominio de la fantasía surrealista, una llamativa capacidad para observar el mundo como una vidriera de intensos y vivos colores. Todo eso se junta en la obra de Marc Chagall (1887-1985), pintor francés, de origen bielorruso, cuyo verdadero nombre era Moishe Shagal.

En el museo nacional de Niza que lleva su nombre, Chagall tiene una colección denominada “mensaje bíblico”. Uno de sus cuadros, de fondo azulado oscuro, representa el encuentro de Moisés con la zarza ardiente, en el monte Horeb. Allí le habla “El que es” para convocarle a su misión de pastor y liberador de su pueblo. Moisés, ataviado con una túnica blanca, está de rodillas, descalzo, adorando el fuego que sale de la zarza. De su cabeza brotan los haces de la luz que –según el libro del Éxodo– llenaba su rostro, por haber hablado con Dios. Sobre la zarza, un ángel en el centro de un círculo coloreado de amarillo, rosa y rojo, corona la escena, como intermediario entre la llamada de Moisés, a la derecha, y la ejecución de su misión, del otro lado: Moisés de nuevo, con la faz de un amarillo resplandeciente, con un manto largo que representa –¡allí están todos ellos diminutamente constituyendo ese manto!– la multitud del Pueblo de Israel atravesando el Mar Rojo a la salida de Egipto, siguiendo a Moisés que camina hacia las tablas de la Ley.

Cualquiera que haya oído hablar de esa escena y la contemple ahora así, necesita el silencio para observar y escuchar (“lo que hemos visto y oído”, dice San Juan en su Evangelio) un mensaje que, en perspectiva cristiana tiene a Jesús por centro. Él es “el nuevo Moisés”, dice once veces Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”. En efecto, Jesús es el que habla cara a cara siempre con Dios; el que libera a la humanidad definitivamente; el que le da el “pan del cielo” (la Eucaristía) que la alimenta por el desierto de la vida; el que calma su sed con el “agua viva” (la gracia), que surge de esa roca que es la fidelidad de Dios a sus promesas, encarnadas en Cristo. Cristo nos entrega además el nuevo Decálogo de los Mandamientos, no sólo como resumen de la Ley Natural, sino perfeccionado con las Bienaventuranzas, que son el vivo retrato suyo y del cristiano.

Si ya el encuentro con las personas, decía Congar, es un gran misterio, cuánto más los encuentros de cada uno con Dios, antes o después, siempre en toda vida. ¿Cómo se inscriben en sus designios de salvación? ¿Qué papel ocupan en esos designios? ¿Cómo de esos encuentros –de la llamada interior que un alma experimenta, quizá desde niño o en sus años jóvenes, o de repente en una edad avanzada– depende tal vez el destino de otros muchos? ¿Cómo el fuego del Amor –el Espíritu Santo– se las arregla para llamarnos la atención, como a Moisés, y decirnos que sí, que Dios cuenta con nosotros de modo personalísimo, y que en el concierto inmenso de la historia espera que suene nuestra melodía cuando toque –si queremos, claro está–?

Especialmente la cuaresma es tiempo de vigilancia, de estar alerta, con la oración y la justicia, que es consecuencia de la oración, porque es dar “a cada uno lo suyo” en el sentido más profundo. Primero dar “lo suyo” a Dios: el amor, el respeto, la adoración. Y dar a los demás también lo suyo, que seguro tiene que ver con lo “nuestro”, con lo de Dios y lo de todos. Pues, como predicaba Josemaría Escrivá, “todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a identificarnos con Él, para realizar –en el lugar donde estamos– su misión divina”.

Don Bosco decía...

San José, habiendo tenido la suerte envidiable de morir asistido por Jesús y María, se nos presenta como Protector de los moribundos. Seamos pues, devotos de él durante nuestra vida, si queremos tenerlo como nuestra ayuda a la hora de la muerte. San José que pasó su vida en la humilde oscuridad, es el modelo de la santidad interior.

Jugando en la plaza

Adapt. de "Un gran Educador", por A. Auffray


-Vea, Eminencia, imposible educar bien a la niñez si no se tiene su confianza, su amor.
-Pero, ¿cómo ganarla?, pregunta el Cardenal Tosti.
-Haciendo lo imposible para atraernos los niños hacia nosotros, rompiendo todos los obstáculos que los tienen alejados.
-¿Y cómo proceder para atraérnoslos?
-Acercándonos nosotros a ellos, Eminencia; procurando plegarnos a sus gustos, hacernos semejantes a ellos.¡Quiere más, quiere que tras la teoría pasemos a la práctica? Dígame ¿en qué lugar de Roma puedo encontrar un buen grupo de niños?
-Plaza de las termas o plaza del Pueblo.
-Bien, vayamos a la plaza del Pueblo.

Se da la orden al cochero y diez minutos después están allí. Don Bosco baja de la carroza y el cardenal se queda dentro atisbando.

Un grupo de pilletes se halla en la plaza en pleno juego. Cuando Don Bosco se acerca todos echan a correr. Pero Don Bosco no se da por venido. Con un ademán lleno de bondad, con palabras que son todo afecto, llama a esos niños. Después de algún titubeo, algunos vienen lentamente hacia él. Don Bosco les hace un pequeño regalo, les pregunta acerca de ellos, de sus familias, su escuela, su juego. Al ver a este sacerdote bonachón en medio de sus camaradas los más huraños vuelven.
-Vamos, niños-dice Don Bosco-, vuelvan ahora a su juego y dejen que yo tome parte en él. Y levantándose un poco la sotana entra en el juego.
El espectáculo atrae de los cuatro ángulos de la plaza a otros que callejean por allí. Don Bosco los acoge a todos con su bondad, les dice una palabra amable, les ofrece una medalla, y con dulzura, les pregunta si rezan y si se confiesan.

Cuando deja la partida, todos intentan retenerlo, pero él no quiere que el cardenal espere demasiado. Entonces, aquellos niños ganados en un cuarto de hora por la caridad del humilde sacerdote, le hacen un séquito de honor hasta el coche, y éste, cuando arrancó, lo hizo entre dos filas de pequeños romanos que aplaudían a más no poder.

-¿Vió, su Eminencia?
Y el cardenal no pudo menos que admirar cómo, en poco minutos, el santo había conquistado a aquellos pilletes.

Don Bosco decía...

Hay que usar gran amabilidad con los muchachos; tratarlos bien. Esta bondad en el trato y esta amabilidad sean la nota distintiva de todos los educadores, sin excepción. Entre todos conseguirán y conquistarán a cada uno, y bastará uno para alejarlos a todos.
¡Cuánto se encariña un joven, si le trata bien! Se pondrá en manos de sus educadores y amará siempre al colegio en que se ha formado
.

Calendario salesiano de marzo

B. Artemide Zatti


12 Don Luis Orione (1872-1940)
15 Artémides Zatti (1880-1951)

Calendario salesiano de febrero

S. Callisto Caravario
25 San Luis Versiglia, mártir (1873-1930)
San Callisto Caravario, mártir (1903-1930)