Mártires salesianos




Un salesiano de 91 años
habla sobre sus compañeros martirizados
Fuente: Alfa y Omega

Dios escogió a algunos de entre nosotros...
Cuando empezó la Guerra, yo tenía 20 años y estaba preparando tercer curso de Filosofía en el Seminario salesiano de Mohernando, a veinte kilómetros de Guadalajara.

Anteriormente, me había pillado en Madrid la quema de conventos. De los cuatro que terminamos el noviciado, dos irán a los altares en la próxima beatificación de mártires españoles en Roma; y de los 63 salesianos a los que beatificarán, yo conocía a unos treinta.

Tras estallar la Guerra, nos echaron del Seminario y estuvimos tres días escondidos. Después nos llevaron a los 90 jóvenes salesianos que éramos a Guadalajara. Delante del Gobierno Civil nos tuvieron tres horas en la calle, mientras la gente que pasaba nos insultaba y blasfemaba delante de nosotros. De allí nos mandaron de nuevo al Noviciado para que nos sirviera de cárcel, porque en Guadalajara no había espacio suficiente para nosotros en la cárcel. A la vuelta, Dios escogió a uno de entre nosotros, sacerdote, y le llevaron aparte porque le encontraron un crucifijo entre la ropa. Tiraron el crucifijo al suelo y le obligaron a pisarlo. Él no quiso, y allí, entre unos rastrojos, lo fusilaron. Se llamaba Andrés Jiménez.

Ya en Mohernando de nuevo, un día vinieron los rojos mientras estábamos comiendo. Leyeron una lista de seis nombres, los seis compañeros nuestros que aquel año les tocaba entrar en quintas para hacer el servicio militar. Se los llevaron delante de todos nosotros, y entonces el director, Miguel Lasaga, salió adonde estaba el camión y pidió acompañarles. Sube, le dijeron. Los llevaron a todos a la cárcel de Guadalajara, y allí los tuvieron hasta el 6 de diciembre de 1936, cuando la cárcel fue asaltada por una multitud, enardecida tras un bombardeo nacional, y allí mataron a cientos de personas, entre otros a estos siete salesianos.

Al resto nos mandaron, al cabo de un tiempo, a la cárcel de Madrid. Curiosamente, el jefe de la milicia que nos llevaba fue, de niño, alumno de nuestro Provincial, que estaba en ese momento con nosotros. Entonces le reconoció y se ofreció a ayudarnos en lo que pudiera, y evitó que sus compañeros nos lincharan.

Nos llevaron a la cárcel de Ventas y nos fueron juzgando en los llamados tribunales populares. Un compañero que estaba enfermo y necesitaba medicinas, al no tenerlas, murió allí mismo, y él también está entre los salesianos a los que beatificarán el 28 de octubre en Roma. En el juicio nos preguntaban nuestros nombres, de dónde éramos, y si estábamos dispuestos a defender la República con las armas. De ahí salíamos como podíamos, y como la situación no era tan grave como en los meses anteriores, nos dejaban libres para incorporarnos a filas.

Yo pude refugiarme en la embajada de Rumanía hasta que acabó la Guerra. Tengo que decir que, en la cárcel, nuestra actitud era martirial. Discutíamos qué hacer en caso de que vinieran a por nosotros, y todos decíamos que, si eso llegara a ocurrir, moriríamos diciendo Viva Cristo Rey.

Emilio Alonso, S.D.B.

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