Discurso de Apertura de D. Pascual Chávez,
Rector Mayor de los Salesianos
en la apertura del CG26
en la apertura del CG26
Tengo muchas ganas de veros para
comunicaros algún don espiritual que os haga
más firmes. De hecho, tanto vosotros como yo
vamos a animarnos al compartir nuestra fe
(Rm 1,11-12).
1. Saludo a los Invitados
Eminencia Reverendísima, Card. Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Eminencia Reverendísima, Card. Rafael Farina, Bibliotecario y Archivista de la Santa Romana Iglesia,
Excelentísimo Mons. Gianfranco Gardin, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Excelentísimo Mons. Gino Reali, Obispo de Porto y Santa Rufina,
Excelentísimos Obispos Salesianos,
Reverendísima Sor Enrica Rosanna, Subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Gentilísima Madre Antonia Colombo, Superiora General del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
Queridísimos Responsables de los diversos Grupos de la Familia Salesiana,
Reverendísimo Padre Pedro Trabucco, Secretario general de la Unión de Superiores Generales,
En nombre de toda la Asamblea capitular, Os agradezco de corazón vuestra presencia en este momento tan significativo para la Sociedad de San Francisco de Sales y Os expreso cuán grata es para todos nosotros vuestra participación, que honra el inicio de nuestro Capítulo General XXVI y nos estimula en nuestro trabajo.
2. Bienvenida a los Capitulares
Queridísimos Hermanos Capitulares, Inspectores y Superiores de Visitadurías, Delegados inspectoriales, Observadores invitados, llegados de todo el mundo para tomar parte en esta importante asamblea de nuestra amada Congregación.
A todos vosotros deseo daros la bienvenida con el corazón de Don Bosco. ¡Sentíos en vuestra casa y a gusto! La casa de Don Bosco es vuestra casa. También la Casa Generalicia es la casa de Don Bosco, como lo ha sido la de Valdocco, donde hemos querido en espíritu de oración y de contemplación dar comienzo a los primeros momentos de esta Asamblea; como lo ha sido la casita de I Becchi, en cuya fachada está colocada la inscripción con las palabras de Don Bosco: “Ésta es mi casa”.
El “volver a partir de Don Bosco”, tema central del Capítulo, es una invitación dirigida a toda la Congregación. Dicho tema nos ha llevado a los lugares donde nuestro amado padre y fundador, dócil a la voz y a la acción del Espíritu Santo, dio inicio y desarrollo a aquel carisma, del que somos herederos, garantes, testimonios y comunicadores. I Becchi y Valdocco son la cuna de nuestra experiencia carismática. Allí está nuestra identidad, porque allí todos nosotros hemos nacido, como canta el salmista lleno de alegría pensando en la ciudad de Dios: “todos han nacido allí; todas mis fuentes están en ti” (Sal 86).
Nuestro ADN es el mismo de nuestro padre Don Bosco, cuyos genes son la pasión por la salvación de los jóvenes, la confianza en el valor de la educación de calidad, la capacidad de implicar a muchos hasta crear un vasto movimiento de personas capaces de compartir, en la misión juvenil, la mística del “da mihi animas” y la ascética del “cetera tolle”. Unido a vosotros expreso los más vivos deseos de que nuestro Capítulo sea el punto de arranque para volver a partir de Don Bosco y llegar al año 2015, cuando alegres y agradecidos celebraremos el segundo centenario de su nacimiento.
3. El Capítulo General
He querido poner al principio de este discurso de apertura la cita de San Pablo a los Romanos, porque me parece que expresa cuanto tengo en el corazón y cuanto espero de esta asamblea. Si es verdad que cualquier Capítulo General es un acontecimiento que supera en la sustancia el sólo cumplimiento formal de lo que está prescrito en las Constituciones, con mayor razón considero que debe serlo el CG26. Éste será un evento pentecostal, que tendrá al Espíritu Santo como principal protagonista; se desarrollará entre memoria y profecía, entre agradecimiento fiel a los orígenes y apertura incondicional a la novedad de Dios. Y todos nosotros seremos sujetos activos, con nuestras responsabilidades y esperanzas, ricos de experiencia, disponibles a la escucha, al discernimiento, a la aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestra Congregación.
Dios mismo es quien nos convoca, el cual continuamente y en todo tiempo llama y manda a sus profetas, para que haya vida en abundancia para todos. Las llamadas de Dios exigen generosidad, entrega plena y disponibilidad también para el sufrimiento para “dar la vida”; no nace vida sin “los dolores del parto”. Dios nos invita a consolidar situaciones de estancamiento o incluso de muerte, sino que envía Su Espíritu para volver a dar vida y vitalidad, transformar a las personas y, por medio de ellas, renovar la faz de la tierra.
No puedo dejar de recordar en este punto la penetrante visión de Ezequiel sobre el pueblo de Dios desterrado, privado del Rey, del Templo y de la Ley. Sobre los huesos secos, sobre este pueblo muerto, Dios envía el Espíritu y he aquí que reaparecen los nervios y crece la carne. Recubre estos cuerpos de piel y sopla su aliento de vida (cf. Ez 37, 8ss). Ciertamente la novedad que Dios quiere ofrecer al mundo puede chocar con la resistencia psicológica y espiritual a “renacer de lo alto” (Jn 3, 3), como sucedió con Nicodemo. Al contrario, lo que se nos pide a nosotros es la disponibilidad ejemplar de Abrahán que se deja guiar por el Dios de la promesa (cf. Gn 12, 1-3); él no se aferra siquiera al hijo tan esperado y llega a renunciar a Isaac, no dudando en sacrificarlo con tal de no perder a su Dios. Siempre en esta lógica de disponibilidad, modelo perfecto de apertura ilimitada es la Virgen María, pronta a dejar el propio proyecto para asumir el de Dios (cf. Lc 1, 35ss).
comunicaros algún don espiritual que os haga
más firmes. De hecho, tanto vosotros como yo
vamos a animarnos al compartir nuestra fe
(Rm 1,11-12).
1. Saludo a los Invitados
Eminencia Reverendísima, Card. Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Eminencia Reverendísima, Card. Rafael Farina, Bibliotecario y Archivista de la Santa Romana Iglesia,
Excelentísimo Mons. Gianfranco Gardin, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Excelentísimo Mons. Gino Reali, Obispo de Porto y Santa Rufina,
Excelentísimos Obispos Salesianos,
Reverendísima Sor Enrica Rosanna, Subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Gentilísima Madre Antonia Colombo, Superiora General del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
Queridísimos Responsables de los diversos Grupos de la Familia Salesiana,
Reverendísimo Padre Pedro Trabucco, Secretario general de la Unión de Superiores Generales,
En nombre de toda la Asamblea capitular, Os agradezco de corazón vuestra presencia en este momento tan significativo para la Sociedad de San Francisco de Sales y Os expreso cuán grata es para todos nosotros vuestra participación, que honra el inicio de nuestro Capítulo General XXVI y nos estimula en nuestro trabajo.
2. Bienvenida a los Capitulares
Queridísimos Hermanos Capitulares, Inspectores y Superiores de Visitadurías, Delegados inspectoriales, Observadores invitados, llegados de todo el mundo para tomar parte en esta importante asamblea de nuestra amada Congregación.
A todos vosotros deseo daros la bienvenida con el corazón de Don Bosco. ¡Sentíos en vuestra casa y a gusto! La casa de Don Bosco es vuestra casa. También la Casa Generalicia es la casa de Don Bosco, como lo ha sido la de Valdocco, donde hemos querido en espíritu de oración y de contemplación dar comienzo a los primeros momentos de esta Asamblea; como lo ha sido la casita de I Becchi, en cuya fachada está colocada la inscripción con las palabras de Don Bosco: “Ésta es mi casa”.
El “volver a partir de Don Bosco”, tema central del Capítulo, es una invitación dirigida a toda la Congregación. Dicho tema nos ha llevado a los lugares donde nuestro amado padre y fundador, dócil a la voz y a la acción del Espíritu Santo, dio inicio y desarrollo a aquel carisma, del que somos herederos, garantes, testimonios y comunicadores. I Becchi y Valdocco son la cuna de nuestra experiencia carismática. Allí está nuestra identidad, porque allí todos nosotros hemos nacido, como canta el salmista lleno de alegría pensando en la ciudad de Dios: “todos han nacido allí; todas mis fuentes están en ti” (Sal 86).
Nuestro ADN es el mismo de nuestro padre Don Bosco, cuyos genes son la pasión por la salvación de los jóvenes, la confianza en el valor de la educación de calidad, la capacidad de implicar a muchos hasta crear un vasto movimiento de personas capaces de compartir, en la misión juvenil, la mística del “da mihi animas” y la ascética del “cetera tolle”. Unido a vosotros expreso los más vivos deseos de que nuestro Capítulo sea el punto de arranque para volver a partir de Don Bosco y llegar al año 2015, cuando alegres y agradecidos celebraremos el segundo centenario de su nacimiento.
3. El Capítulo General
He querido poner al principio de este discurso de apertura la cita de San Pablo a los Romanos, porque me parece que expresa cuanto tengo en el corazón y cuanto espero de esta asamblea. Si es verdad que cualquier Capítulo General es un acontecimiento que supera en la sustancia el sólo cumplimiento formal de lo que está prescrito en las Constituciones, con mayor razón considero que debe serlo el CG26. Éste será un evento pentecostal, que tendrá al Espíritu Santo como principal protagonista; se desarrollará entre memoria y profecía, entre agradecimiento fiel a los orígenes y apertura incondicional a la novedad de Dios. Y todos nosotros seremos sujetos activos, con nuestras responsabilidades y esperanzas, ricos de experiencia, disponibles a la escucha, al discernimiento, a la aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestra Congregación.
Dios mismo es quien nos convoca, el cual continuamente y en todo tiempo llama y manda a sus profetas, para que haya vida en abundancia para todos. Las llamadas de Dios exigen generosidad, entrega plena y disponibilidad también para el sufrimiento para “dar la vida”; no nace vida sin “los dolores del parto”. Dios nos invita a consolidar situaciones de estancamiento o incluso de muerte, sino que envía Su Espíritu para volver a dar vida y vitalidad, transformar a las personas y, por medio de ellas, renovar la faz de la tierra.
No puedo dejar de recordar en este punto la penetrante visión de Ezequiel sobre el pueblo de Dios desterrado, privado del Rey, del Templo y de la Ley. Sobre los huesos secos, sobre este pueblo muerto, Dios envía el Espíritu y he aquí que reaparecen los nervios y crece la carne. Recubre estos cuerpos de piel y sopla su aliento de vida (cf. Ez 37, 8ss). Ciertamente la novedad que Dios quiere ofrecer al mundo puede chocar con la resistencia psicológica y espiritual a “renacer de lo alto” (Jn 3, 3), como sucedió con Nicodemo. Al contrario, lo que se nos pide a nosotros es la disponibilidad ejemplar de Abrahán que se deja guiar por el Dios de la promesa (cf. Gn 12, 1-3); él no se aferra siquiera al hijo tan esperado y llega a renunciar a Isaac, no dudando en sacrificarlo con tal de no perder a su Dios. Siempre en esta lógica de disponibilidad, modelo perfecto de apertura ilimitada es la Virgen María, pronta a dejar el propio proyecto para asumir el de Dios (cf. Lc 1, 35ss).
El CG26 apunta a algo nuevo e inédito. Nos impulsa la urgencia de volver a los orígenes. Somos llamados a encontrar inspiración desde la misma pasión apostólica de Don Bosco. Somos invitados a acudir a las fuentes claras del carisma y, al mismo tiempo, a abrirnos con audacia y creatividad a modalidades nuevas para expresarlo hoy. Para nosotros es como descubrir nuevas tallas de un mismo diamante, nuestro carisma, que nos permiten responder mejor a las situaciones de los jóvenes, de comprender y servir sus nuevas pobrezas, de ofrecer nuevas oportunidades para su desarrollo humano y su educación, para su camino de fe y para su plenitud de vida.
Es importante que cada uno de nosotros, queridos Capitulares, entre en sintonía profunda con Dios, que nos llama “hoy”, para que la inspiración y la fuerza de su Espíritu no queden desconcertados en el corazón, enmudecidos en los labios y deformados en su lógica (cf. Ef 4, 30). Todo esto significa que el esfuerzo a que somos llamados es el de abrir lo más posible el arco de nuestra receptividad “espiritual”, para descubrir en lo profundo de nosotros mismos la voluntad de Dios en relación con la Congregación y para conformar cada vez más nuestro pensar y nuestro hablar con la Palabra de Dios. Las palabras, que cada uno de nosotros se sentirá llamado a pronunciar, lleven lo menos posible el gravamen de la carne, porque “lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es Espíritu” (Jn 3, 6).[1]
4. Actitudes de plena participación en el CG26
¿Cómo vivir entonces la experiencia capitular de forma constructiva? ¿Qué tipo de compromiso asumir por parte de cada Capitular? ¿Con qué actitudes participar en el Capítulo General?
Cultivando el espíritu profético
Es importante que cada uno de nosotros, queridos Capitulares, entre en sintonía profunda con Dios, que nos llama “hoy”, para que la inspiración y la fuerza de su Espíritu no queden desconcertados en el corazón, enmudecidos en los labios y deformados en su lógica (cf. Ef 4, 30). Todo esto significa que el esfuerzo a que somos llamados es el de abrir lo más posible el arco de nuestra receptividad “espiritual”, para descubrir en lo profundo de nosotros mismos la voluntad de Dios en relación con la Congregación y para conformar cada vez más nuestro pensar y nuestro hablar con la Palabra de Dios. Las palabras, que cada uno de nosotros se sentirá llamado a pronunciar, lleven lo menos posible el gravamen de la carne, porque “lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es Espíritu” (Jn 3, 6).[1]
4. Actitudes de plena participación en el CG26
¿Cómo vivir entonces la experiencia capitular de forma constructiva? ¿Qué tipo de compromiso asumir por parte de cada Capitular? ¿Con qué actitudes participar en el Capítulo General?
Cultivando el espíritu profético
La conciencia de ser convocados por Dios despierta en nosotros el sentido de dependencia de Él y la acentuación profunda de la misión que Él nos confía. Esto exige de nosotros una escucha continuada, humilde, obediente. A diferencia de un congreso o de una reunión, donde con frecuencia prevalece la dialéctica, aquí nos encontramos viviendo un momento de discernimiento y de confrontación sobre la vida de la Congregación y sobre nuestro carisma, que es un gran don de Dios para la Iglesia y para los jóvenes.
No podemos asumir el papel de espectadores. Esto transformaría el evento en mera cronología; de él no quedaría sino algún vago recuerdo, incapaz de crear auténticos dinamismos transformadores de la historia. Éste es precisamente el papel del profeta: movido por el Espíritu de Cristo y portador de la Palabra de Dios, es capaz de transformar la historia. Para que todo esto se cumpla en nuestra experiencia, el CG26 nos propone una implicación plena de nuestras personas. Todos estamos llamados a vivir este acontecimiento con responsabilidad, a captar la vital importancia y a reavivar cada día el interés y la disponibilidad para el camino que el Espíritu quiere que hagamos.
El Capítulo será significativo y fecundo si pasa del ser un puro “hecho”, que sucede en el tiempo y en el espacio, a una “experiencia” profunda que toca ante todo nuestra misma persona. Y la tocará, si en la realización del Capítulo somos capaces de encontrar a Dios. Desde ese momento comenzará la regeneración y el renacimiento; entonces podremos comunicar a todos los hermanos de la Congregación “lo que nosotros hemos oído, lo que nosotros hemos visto con nuestros ojos, lo que nosotros hemos contemplado y lo que nuestras manos han palpado” (1 Jn 1, 1).
No podemos asumir el papel de espectadores. Esto transformaría el evento en mera cronología; de él no quedaría sino algún vago recuerdo, incapaz de crear auténticos dinamismos transformadores de la historia. Éste es precisamente el papel del profeta: movido por el Espíritu de Cristo y portador de la Palabra de Dios, es capaz de transformar la historia. Para que todo esto se cumpla en nuestra experiencia, el CG26 nos propone una implicación plena de nuestras personas. Todos estamos llamados a vivir este acontecimiento con responsabilidad, a captar la vital importancia y a reavivar cada día el interés y la disponibilidad para el camino que el Espíritu quiere que hagamos.
El Capítulo será significativo y fecundo si pasa del ser un puro “hecho”, que sucede en el tiempo y en el espacio, a una “experiencia” profunda que toca ante todo nuestra misma persona. Y la tocará, si en la realización del Capítulo somos capaces de encontrar a Dios. Desde ese momento comenzará la regeneración y el renacimiento; entonces podremos comunicar a todos los hermanos de la Congregación “lo que nosotros hemos oído, lo que nosotros hemos visto con nuestros ojos, lo que nosotros hemos contemplado y lo que nuestras manos han palpado” (1 Jn 1, 1).
El crecimiento personal y el servicio a la Congregación, que están en juego en la experiencia capitular, van juntos. Muchas veces se oye decir que la participación en un Capítulo General representa una experiencia intensa de formación permanente; y es verdad. Sin embargo, personalmente, preferiría hablar de una experiencia carismática en el sentido más profundo del término, es decir, de una experiencia del Espíritu y, tratándose de una asamblea, de un verdadero Pentecostés comunitario.
No se trata sólo de no defraudar a los hermanos, sino de no perder un “tiempo propicio”, un “kairós”; por lo tanto, de no defraudar a Dios y a los jóvenes, los dos polos que configuran nuestra identidad, alrededor de la cual rueda nuestra vida y a cuyo servicio se justifica nuestro ser.
No se trata sólo de no defraudar a los hermanos, sino de no perder un “tiempo propicio”, un “kairós”; por lo tanto, de no defraudar a Dios y a los jóvenes, los dos polos que configuran nuestra identidad, alrededor de la cual rueda nuestra vida y a cuyo servicio se justifica nuestro ser.
Operando el discernimiento
Precisamente porque el Capítulo no es un congreso, sino un tiempo de discernimiento, debemos vivirlo con esta actitud, que requiere preparación, seria reflexión, oración serena y profunda, aportación personal, conciencia de la propia adhesión, escucha de Dios y de uno mismo.
Desde esta perspectiva, tanto las jornadas de espiritualidad salesiana vividas en I Becchi y en Turín, como los Ejercicios espirituales, como los dos días de presentación de la Congregación a través de los Sectores y las Regiones, han contribuido a crear este clima espiritual. La atmósfera ideal en la que Dios realiza las maravillas y conduce la historia, también la de nuestra Congregación, es la caridad: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”.
El Espíritu actúa, sopla su aliento de vida y lanza sus llamas de fuego donde hay una comunidad reunida en el nombre de Cristo y unida por el amor. Es la comunión de los corazones la que nos convoca alrededor del mismo proyecto apostólico, el de Don Bosco, y hace posible la unidad en la diversidad de los contextos, de las culturas, de las lenguas.
Caminando con el Dios de la historia
Hoy la situación del mundo y de la Iglesia nos pide caminar con el Dios de la historia. No podemos renunciar a nuestra vocación de ser, como consagrados, la punta de diamante en el Reino de Dios, los centinelas del mundo y los sensorios de la historia. Nuestra vocación de “signos y portadores del amor de Dios” (Const 2) nos impulsa a ser cuanto el Señor espera de todos sus discípulos: “sal de la tierra y luz del mundo” (cfr. Mt 5, 14). He ahí las dos imágenes utilizadas por Jesús para definir y caracterizar a sus discípulos. Ambas son muy elocuentes y nos dicen que ponerse en seguimiento de Cristo no está determinado tanto por el “hacer” como por el “ser”, es decir, es más cuestión de identidad que de eficacia, más problema de presencia significativa que de actuaciones grandiosas.
También aquí, lo que importa no es tanto la renovación de la Congregación o su futuro, cuanto la pasión por Jesús y el Reino de Dios. Ésta es nuestra esperanza. Es aquí donde se encuentra la vitalidad, la credibilidad y la fecundidad de nuestro Instituto. En efecto, la apertura a las peticiones, a las provocaciones, a los estímulos y a los desafíos del hombre moderno, en nuestro caso a los de los jóvenes, nos libera de toda forma de esclerosis, de atonía, de inmovilidad, de aburguesamiento y nos pone en camino “al paso de Dios”. Entonces evitaremos mirar atrás, haciéndonos estatuas de sal, o ilusionarlos en estériles huidas adelante, no conformes con la voluntad de Dios.
Un elemento típico de Don Bosco y de la Congregación ha sido siempre la sensibilidad histórica y hoy, más que nunca, no podemos descuidarla. Ella nos hará atentos a las instancias de la Iglesia y del mundo. Nos hará “ir” y “salir” a la búsqueda de los jóvenes. Esto deberá traducirse en un documento capitular capaz de llenar de fuego el corazón de los hermanos. Dicho texto constituirá una verdadera carta de navegación en los años futuros. He aquí por qué es importante la lectura de los “signos de los tiempos”, algunos de los cuales he querido indicar en ACG 394 en la carta de convocación del CG26.
Construyendo sobre la roca
En mi carta circular con el título “Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien” (Sal 16, 2), publicada en ACG 382, hablaba de una vida consagrada de tipo liberal que ya ha agotado sus posibilidades y no tiene futuro. Se han hecho esfuerzos de renovación y se ha tratado de crecer, pero no exactamente según la lógica de una vida que está consagrada antes de todo a Dios. Muchas experiencias convalidan la sospecha de que se ha querido construir la casa sobre la arena, y no sobre la roca. Todo tentativo de refundar la vida consagrada que no nos lleve a Jesucristo, fundamento de nuestra vida (cf. 1 Cor 3, 11), y no nos haga más fieles a Don Bosco, nuestro fundador, está destinado a fracasar.
No cabe duda que la vida consagrada está viviendo un momento más delicado aún que el del inmediato postconcilio, a pesar de todos los esfuerzos de renovación llevados a cabo. Ante este panorama puede surgir la tentación de un simple retorno al pasado, donde recuperar seguridad y tranquilidad, a precio de una cerrazón a los nuevos signos de los tiempos, que nos impulsan a responder con mayor identidad, visibilidad y credibilidad.
La solución no está en opciones restauradoras; en efecto, no se puede sustraer a la vida consagrada la fuerza profética que siempre la ha distinguido y que la hace dinámica y contracultural. Como ya he dicho tantas veces, lo que está en juego durante el próximo sexenio no es la supervivencia, sino la profecía de nuestra Congregación. No debemos, por tanto, cultivar un “ensañamiento institucional”, tratando de prolongar la vida a cualquier costo; debemos, más bien, tratar con humildad, con constancia y con alegría de ser signos de la presencia de Dios y de su amor por el hombre. Sólo así podremos ser una fuerza capaz de arrastrar y de fascinar.
Pues bien, para ser una presencia profética en la Iglesia y en el mundo, la vida consagrada debe evitar la tentación de adecuarse a la mentalidad secularizada, hedonista y consumista de este mundo y debe dejarse guiar por el Espíritu, que la ha hecho surgir como forma privilegiada de seguimiento y de imitación de Cristo. Podremos así conocer y asumir la voluntad de Dios sobre nosotros, en esta fase de la historia, y llevarlo dentro de nuestra vida con alegría, convicción y entusiasmo. “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12, 2). No podemos olvidar que la vida cristiana, y con mayor razón la vida consagrada, no tiene otra vocación y misión que ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
Sal de la tierra somos nosotros cuando vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, cuando construimos nuestra vida a partir del sermón de la montaña, cuando vivimos una existencia alternativa. Se trata de ser personas que, frente a una sociedad que privilegia el éxito, lo efímero, lo provisional, el dinero, el placer, el poder, la venganza, el conflicto y la guerra, escogen la paz, el perdón, la misericordia, la gratuidad, el espíritu de sacrificio, comenzando por el círculo restringido de la familia o de la comunidad para extenderse luego a la sociedad.
Pero Jesús nos advierte sobre la posibilidad de que la sal pierda su sabor, de que sus discípulos no sean auténticos. Él nos señala los efectos desastrosos de esto: “Para nada sirve sino para ser tirada al suelo y pisada por los hombres”. O somos discípulos con clara identidad evangélica y, por tanto, significativos y útiles para el mundo, o nos tienen que echar fuera y despreciar, somos infelices, no somos nada. El cristianismo, la fe, el evangelio, la vida consagrada tienen un valor social y una responsabilidad pública, porque son vocación y misión, y no pueden ser entendidos y vividos “para uso privado”.
Éste es el sentido de la exhortación con que Jesús concluye sus palabras: “Así brille vuestra luz ante los hombres”. Jesús quiere que sus discípulos hagan del discurso de la montaña un programa de vida. Mansedumbre, pobreza, gratuidad, misericordia, perdón, abandono en Dios, confianza, amor a los demás son, pues, las obras evangélicas que se deben hacer resplandecer, las que nos hacen llegar a ser “sal” y “luz”, las que nos ayudan a crear la sociedad alternativa que no permite a la humanidad corromperse del todo.
Nosotros, queridos hermanos, estamos llamados a ser esperanza, a ser luz y sal; estamos llamados a una misión hacia la sociedad y el mundo, una misión que se resume en una palabra: ¡santidad! Ser luz y sal quiere decir ser santos. El art. 25 de las Constituciones presenta la profesión como fuente de santificación. Después de haber hablado de los hermanos que, viviendo en plenitud el proyecto de vida evangélica, sirven de estímulo en nuestro camino de santificación, concluye así: “El testimonio de esta santidad, que se realiza en la misión salesiana, revela el valor único de las bienaventuranzas y es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes”.
Nos decía Juan Pablo II: “Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial… Es el momento de proponer de nuevo a todos este ‘alto grado’ de la vida cristiana ordinaria, que es precisamente la santidad”.[2] Parafraseando a Don Bosco, diría que es fascinante ser santos, porque la santidad es luminosidad, tensión espiritual, esplendor, luz, alegría interior, equilibrio, pureza, amor llevado hasta el extremo.
Si es verdad que la vida consagrada es “don divino”, que la Iglesia ha recibido de su Señor, “árbol plantado por Dios en la Iglesia”, “don especial que ayuda a la Iglesia en la misión salvífica” y que “pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia” (LG 43 y 44), se sigue que una celebración capitular es un evento eclesial en el sentido auténtico de la palabra. Se trata de un verdadero kairós, en el que Dios obra para llevar a la Iglesia a ser cada vez más esposa de Cristo, toda esplendente, sin mancha y sin arrugas.
5. Tema y objetivo del CG26
En un estudio lingüístico hecho el día después de la determinación del tema del CG26, don Julian Fox escribía que la palabra que aparecía con mayor frecuencia en las intervenciones del Rector Mayor, a partir de la presentación de los documentos del CG25, era “pasión”, unida ordinariamente a “da mihi animas”.[3] Su conclusión es que el “da mihi animas” de Don Bosco es lo que da contenido y sentido a la palabra “pasión”, usada por mí frecuentemente en mis escritos; dicho de otro modo, el término “pasión” describe muy bien el significado del “da mihi animas”.
Este lenguaje se ha hecho más intenso a partir del Congreso Internacional de la vida consagrada, celebrado en Roma a finales de noviembre de 2004, que tuvo precisamente como tema programático “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”. Como miembro del Consejo ejecutivo y de la Comisión teológica de la USG, he tenido la posibilidad de contribuir a la elección de este tema, que pretendía poner de relieve la centralidad de la “pasión” en el testimonio actual de la vida consagrada.
Dentro de la tradición salesiana y en el contexto más amplio de la vida consagrada, dicha elección está ordenada a llevarnos a nosotros consagrados a cultivar una potente fuerza que arrastre, una inmensa energía que es precisamente la del deseo. La unión profunda entre “pasión” y “Da mihi animas” pertenece a nuestra estructura genética, no a nivel formal, sino esencial. En este sentido, que es don carismático de nuestro fundador, tal “pasión” nos vincula profundamente a Dios y a los jóvenes. Por esto, la elección del tema “Da mihi animas, cetera tolle” ha querido ir a las raíces de nuestro carisma, a la “fundamental” opción espiritual y apostólica de Don Bosco, que él mismo ha dejado como programa de vida a los Salesianos (cf. Const. 4). En efecto, dicho lema sintetiza nuestra identidad carismática y nuestra misión.
Da mihi animas expresa una misión deseada, pedida, aceptada. La misión es don de Dios; es Él quien quiere estar entre los jóvenes por medio de nosotros, porque Él mismo quiere salvarlos, quiere darles su plenitud de vida; por esto la misión hay que desearla, porque nace en el corazón de Dios salvador y no de nuestra voluntad. La misión es, además, un don que debe ser pedido; el misionero de los jóvenes no es dueño ni de su vocación ni de los destinatarios; la misión se realiza en primer lugar en coloquio con el Señor de la mies; esto implica una relación profunda con Dios, verdadero requisito de toda misión. La misión es, además, un don que se acepta; esto pide la identificación con el carisma y el cuidado de la fidelidad vocacional a través de la formación inicial y la formación permanente; será esta fidelidad la que nos protegerá de la indiferencia para con Dios y con los jóvenes.
Cetera tolle representa la disposición interior y el esfuerzo ascético para acoger la misión. Es una opción de desapego de todo lo que nos aleja de Dios y de los jóvenes. Dicha opción nos pide: una vida personal y comunitaria más sencilla y más pobre, con una consiguiente reorganización institucional del trabajo, que nos ayude a superar el peligro de ser gestores de las obras más que evangelizadores de los jóvenes; la atención a las nuevas pobrezas de los jóvenes y de nuestros destinatarios en general; la apertura a las nuevas fronteras de la evangelización en un compromiso apostólico profundamente renovado.
El objetivo del CG26 es tocar el corazón del salesiano, para hacer que todo hermano sea “un nuevo Don Bosco”, ¡un intérprete suyo hoy! Hemos expresado esta meta diciendo que el CG26 quiere “despertar el corazón del Salesiano con la pasión del ‘Da mihi animas’”. Estamos seguros de alcanzar el objetivo, si cada salesiano se identifica con Don Bosco, acogiéndolo en la propia vida como “padre y modelo” (Const. 21). Para esto, deberemos renovar nuestra atención y nuestro amor a las Constituciones, captando toda su fuerza carismática.
A este respecto, querría indicaros de modo particular el capítulo segundo de las Constituciones que nos presenta el “espíritu salesiano”. Recordemos cuanto Don Bosco nos ha dejado escrito en su Testamento espiritual: “Si me habéis amado hasta ahora, seguid haciéndolo en adelante con la exacta observancia de nuestras Constituciones”.[4] Y Don Rua nos repite: “Cuando el Venerable Don Bosco mandó a sus primeros hijos a América, quiso que la fotografía lo representase en medio de ellos en el acto de entregar a Don Juan Cagliero, jefe de la expedición, el libro de nuestras Constituciones. ¡Cuántas cosas decía Don Bosco con aquella actitud!...Querría acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Pero lo que no puedo hacer yo, lo hará este librito. Guardadlo como preciosísimo tesoro”.[5] Y, finalmente, afirmaba don Rinaldi: “Todo Don Bosco se encuentra en ellas”.
6. Identidad carismática y pasión apostólica
El tema del CG26 “Da mihi animas, cetera tolle” tiene como subtítulo la expresión “identidad carismática y pasión apostólica”. En conclusión, la renovación profunda de que tiene necesidad la Congregación en esta hora histórica y al que tiende este Capítulo General, depende de la unión inseparable de estos dos elementos. A mi parecer, hay que superar desde el principio el clásico dilema entre “identidad carismática y relevancia social”. De hecho, éste es un problema falso: en efecto, no se trata de dos factores independientes, y su contraposición puede traducirse en tendencias ideológicas que desfiguran la vida consagrada, se convierten en causa de inútiles tensiones y estériles esfuerzos, provocan un sentido de fracaso. Me pregunto pues: ¿dónde encontrar la identidad salesiana, la que garantice la relevancia social de la Congregación, manifestada en el “fenómeno salesiano”, como fue llamado por Pablo VI, fruto de su increíble crecimiento vocacional y de su expansión mundial?
Nos sucede a nosotros lo que hoy vive la Iglesia. Ésta “está siempre ante dos imperativos sagrados que la mantienen en una tensión insuperable. Por una parte está vinculada a la memoria viva, a la asimilación teórica y a la respuesta histórica a la revelación de Dios en Cristo, que es origen y fundamento de su existencia. Por otra, está vinculada y es mandada a la comunicación generosa de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres, que ella alcanza a través de la evangelización, la celebración sacramental, el testimonio vivo y la colaboración generosa de cada uno de sus miembros. El cuidado de la identidad y el ejercicio de la misión son igualmente sagrados. Cuando la fidelidad a los orígenes y la preocupación por la identidad son desproporcionadas o son excesivas, la Iglesia se convierte en una secta y sucumbe al fundamentalismo. Cuando la preocupación por su relevancia ante la sociedad y ante las causas comunes de la humanidad es llevada hasta el límite, en que se olvidan las propias fuentes claras, entonces la Iglesia llega al borde de la disolución y finalmente de la insignificancia”.[6]
He aquí los dos elementos constitutivos para la Iglesia y, por lo tanto, para la Congregación: su identidad, que consiste en ser discípulos de Jesucristo, y su misión, que está centrada en trabajar por la salvación de los hombres, en nuestro caso la de los jóvenes. La preocupación obsesiva por la identidad desemboca en el fundamentalismo y así se pierde la relevancia. El afán por una relevancia social en el desarrollo de la misión, a cualquier precio y a costa de la pérdida de identidad, lleva, en cambio, a la disolución del mismo “ser Iglesia”.
Esto significa que la fidelidad de la Iglesia, y a fortiori la de la Congregación, depende de la unión inseparable de estos dos factores: identidad carismática y relevancia social. Con frecuencia, al plantear estos elementos como antagonistas o simplemente separándolos, “o identidad o relevancia”, nosotros podemos caer en una concepción equivocada de la vida consagrada, pensando que si hay mucha identidad de fe y de carisma, pueda sufrir el compromiso social y consiguientemente pueda haber poca significatividad de nuestra vida. Olvidamos que “la fe sin las obras es estéril” (Sant 2, 20). ¡No se trata de una alternativa, sino de una integración!
Son tres las referencias de este programa de renovación: 1) una vuelta continua a las fuentes de toda vida cristiana; 2) una vuelta continua a la inspiración original de los institutos; 3) una adaptación de los institutos a las mudables condiciones de los tiempos. Pero hay antes un criterio que resulta normativo, es decir, las tres peticiones de la reforma van juntas: simul. No puede darse ninguna renovación adecuada con una sola de tales perspectivas. Tal vez éste ha sido el error de algunos tentativos fracasados de reforma de la vida consagrada. En el inmediato período postconciliar, mientras algunos subrayaban la inspiración originaria del instituto a través de una fuerte identidad, otros optaban por la adecuación a la nueva situación del mundo contemporáneo con un compromiso social más fuerte. Así las dos polarizaciones permanecían infecundas y sin una efectiva fuerza de convicción.
Muchas veces he compartido la profunda impresión que me hizo la visita a la Casa Madre de las Hermanas de la Caridad en Calcuta, precisamente por la convicción particular que Madre Teresa supo trasmitir a sus Hermanas: tanto más te entregas a aquellos en quien nadie piensa, los más pobres y necesitados, tanto más debes expresar la diferencia, la razón fundamental de esta preocupación, que es Cristo Crucificado. La única forma, en que se presenta claro el testimonio de la vida consagrada, se tiene cuando ésta es capaz de revelar que Deus caritas est. Madre Teresa escribía: “Una oración más profunda te lleva a una fe más vibrante, una fe más vibrante a un amor más expansivo, un amor más expansivo a una entrega más solidaria a una paz duradera”.
La identificación con la sociedad contemporánea, sin una profunda identificación con Jesucristo, pierde su capacidad simbólica y su fuerza inspiradora. Sólo esta inspiración hace posible la diferencia que la sociedad necesita. La sola identificación con un grupo social o con un determinado programa político, incluso cargado de impacto social, no es más elocuente ni creíble. Para este fin hay otras instituciones y organizaciones en el mundo de hoy.
He aquí cuanto Don Bosco supo hacer de modo extraordinario. Nos lo presenta en forma magistral nuestro texto constitucional en el artículo 21, hablando precisamente de Don Bosco como Padre y Maestro y ofreciéndonoslo como modelo. Las razones presentadas son tres:
a) Él logró realizar en la propia vida una espléndida armonía entre naturaleza y gracia
- profundamente humano - profundamente hombre de Dios
- rico en las virtudes de su pueblo - lleno de los dones del Espíritu Santo
- estaba abierto a las realidades terrenas - vivía como si viera el Invisible
He aquí, pues, su identidad.
b) Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes
- con firmeza y constancia
- entre obstáculos y fatigas
- con la sensibilidad de un corazón generoso
- no dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la Juventud.
He aquí su relevancia.
c) Realmente lo único que le interesó fueron las almas.
- totalmente consagrado a Dios y plenamente entregado a los jóvenes
- educaba evangelizando y evangelizaba educando
He aquí la gracia de la unidad.
Hoy la Congregación tiene necesidad de esta conversión, que nos haga al mismo tiempo recuperar la identidad carismática y la pasión apostólica. Nuestro compromiso por la salvación de los jóvenes, especialmente los más pobres, pasa necesariamente a través de la identificación carismática.
Da mihi animas expresa una misión deseada, pedida, aceptada. La misión es don de Dios; es Él quien quiere estar entre los jóvenes por medio de nosotros, porque Él mismo quiere salvarlos, quiere darles su plenitud de vida; por esto la misión hay que desearla, porque nace en el corazón de Dios salvador y no de nuestra voluntad. La misión es, además, un don que debe ser pedido; el misionero de los jóvenes no es dueño ni de su vocación ni de los destinatarios; la misión se realiza en primer lugar en coloquio con el Señor de la mies; esto implica una relación profunda con Dios, verdadero requisito de toda misión. La misión es, además, un don que se acepta; esto pide la identificación con el carisma y el cuidado de la fidelidad vocacional a través de la formación inicial y la formación permanente; será esta fidelidad la que nos protegerá de la indiferencia para con Dios y con los jóvenes.
Cetera tolle representa la disposición interior y el esfuerzo ascético para acoger la misión. Es una opción de desapego de todo lo que nos aleja de Dios y de los jóvenes. Dicha opción nos pide: una vida personal y comunitaria más sencilla y más pobre, con una consiguiente reorganización institucional del trabajo, que nos ayude a superar el peligro de ser gestores de las obras más que evangelizadores de los jóvenes; la atención a las nuevas pobrezas de los jóvenes y de nuestros destinatarios en general; la apertura a las nuevas fronteras de la evangelización en un compromiso apostólico profundamente renovado.
El objetivo del CG26 es tocar el corazón del salesiano, para hacer que todo hermano sea “un nuevo Don Bosco”, ¡un intérprete suyo hoy! Hemos expresado esta meta diciendo que el CG26 quiere “despertar el corazón del Salesiano con la pasión del ‘Da mihi animas’”. Estamos seguros de alcanzar el objetivo, si cada salesiano se identifica con Don Bosco, acogiéndolo en la propia vida como “padre y modelo” (Const. 21). Para esto, deberemos renovar nuestra atención y nuestro amor a las Constituciones, captando toda su fuerza carismática.
A este respecto, querría indicaros de modo particular el capítulo segundo de las Constituciones que nos presenta el “espíritu salesiano”. Recordemos cuanto Don Bosco nos ha dejado escrito en su Testamento espiritual: “Si me habéis amado hasta ahora, seguid haciéndolo en adelante con la exacta observancia de nuestras Constituciones”.[4] Y Don Rua nos repite: “Cuando el Venerable Don Bosco mandó a sus primeros hijos a América, quiso que la fotografía lo representase en medio de ellos en el acto de entregar a Don Juan Cagliero, jefe de la expedición, el libro de nuestras Constituciones. ¡Cuántas cosas decía Don Bosco con aquella actitud!...Querría acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Pero lo que no puedo hacer yo, lo hará este librito. Guardadlo como preciosísimo tesoro”.[5] Y, finalmente, afirmaba don Rinaldi: “Todo Don Bosco se encuentra en ellas”.
6. Identidad carismática y pasión apostólica
El tema del CG26 “Da mihi animas, cetera tolle” tiene como subtítulo la expresión “identidad carismática y pasión apostólica”. En conclusión, la renovación profunda de que tiene necesidad la Congregación en esta hora histórica y al que tiende este Capítulo General, depende de la unión inseparable de estos dos elementos. A mi parecer, hay que superar desde el principio el clásico dilema entre “identidad carismática y relevancia social”. De hecho, éste es un problema falso: en efecto, no se trata de dos factores independientes, y su contraposición puede traducirse en tendencias ideológicas que desfiguran la vida consagrada, se convierten en causa de inútiles tensiones y estériles esfuerzos, provocan un sentido de fracaso. Me pregunto pues: ¿dónde encontrar la identidad salesiana, la que garantice la relevancia social de la Congregación, manifestada en el “fenómeno salesiano”, como fue llamado por Pablo VI, fruto de su increíble crecimiento vocacional y de su expansión mundial?
Nos sucede a nosotros lo que hoy vive la Iglesia. Ésta “está siempre ante dos imperativos sagrados que la mantienen en una tensión insuperable. Por una parte está vinculada a la memoria viva, a la asimilación teórica y a la respuesta histórica a la revelación de Dios en Cristo, que es origen y fundamento de su existencia. Por otra, está vinculada y es mandada a la comunicación generosa de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres, que ella alcanza a través de la evangelización, la celebración sacramental, el testimonio vivo y la colaboración generosa de cada uno de sus miembros. El cuidado de la identidad y el ejercicio de la misión son igualmente sagrados. Cuando la fidelidad a los orígenes y la preocupación por la identidad son desproporcionadas o son excesivas, la Iglesia se convierte en una secta y sucumbe al fundamentalismo. Cuando la preocupación por su relevancia ante la sociedad y ante las causas comunes de la humanidad es llevada hasta el límite, en que se olvidan las propias fuentes claras, entonces la Iglesia llega al borde de la disolución y finalmente de la insignificancia”.[6]
He aquí los dos elementos constitutivos para la Iglesia y, por lo tanto, para la Congregación: su identidad, que consiste en ser discípulos de Jesucristo, y su misión, que está centrada en trabajar por la salvación de los hombres, en nuestro caso la de los jóvenes. La preocupación obsesiva por la identidad desemboca en el fundamentalismo y así se pierde la relevancia. El afán por una relevancia social en el desarrollo de la misión, a cualquier precio y a costa de la pérdida de identidad, lleva, en cambio, a la disolución del mismo “ser Iglesia”.
Esto significa que la fidelidad de la Iglesia, y a fortiori la de la Congregación, depende de la unión inseparable de estos dos factores: identidad carismática y relevancia social. Con frecuencia, al plantear estos elementos como antagonistas o simplemente separándolos, “o identidad o relevancia”, nosotros podemos caer en una concepción equivocada de la vida consagrada, pensando que si hay mucha identidad de fe y de carisma, pueda sufrir el compromiso social y consiguientemente pueda haber poca significatividad de nuestra vida. Olvidamos que “la fe sin las obras es estéril” (Sant 2, 20). ¡No se trata de una alternativa, sino de una integración!
Son tres las referencias de este programa de renovación: 1) una vuelta continua a las fuentes de toda vida cristiana; 2) una vuelta continua a la inspiración original de los institutos; 3) una adaptación de los institutos a las mudables condiciones de los tiempos. Pero hay antes un criterio que resulta normativo, es decir, las tres peticiones de la reforma van juntas: simul. No puede darse ninguna renovación adecuada con una sola de tales perspectivas. Tal vez éste ha sido el error de algunos tentativos fracasados de reforma de la vida consagrada. En el inmediato período postconciliar, mientras algunos subrayaban la inspiración originaria del instituto a través de una fuerte identidad, otros optaban por la adecuación a la nueva situación del mundo contemporáneo con un compromiso social más fuerte. Así las dos polarizaciones permanecían infecundas y sin una efectiva fuerza de convicción.
Muchas veces he compartido la profunda impresión que me hizo la visita a la Casa Madre de las Hermanas de la Caridad en Calcuta, precisamente por la convicción particular que Madre Teresa supo trasmitir a sus Hermanas: tanto más te entregas a aquellos en quien nadie piensa, los más pobres y necesitados, tanto más debes expresar la diferencia, la razón fundamental de esta preocupación, que es Cristo Crucificado. La única forma, en que se presenta claro el testimonio de la vida consagrada, se tiene cuando ésta es capaz de revelar que Deus caritas est. Madre Teresa escribía: “Una oración más profunda te lleva a una fe más vibrante, una fe más vibrante a un amor más expansivo, un amor más expansivo a una entrega más solidaria a una paz duradera”.
La identificación con la sociedad contemporánea, sin una profunda identificación con Jesucristo, pierde su capacidad simbólica y su fuerza inspiradora. Sólo esta inspiración hace posible la diferencia que la sociedad necesita. La sola identificación con un grupo social o con un determinado programa político, incluso cargado de impacto social, no es más elocuente ni creíble. Para este fin hay otras instituciones y organizaciones en el mundo de hoy.
He aquí cuanto Don Bosco supo hacer de modo extraordinario. Nos lo presenta en forma magistral nuestro texto constitucional en el artículo 21, hablando precisamente de Don Bosco como Padre y Maestro y ofreciéndonoslo como modelo. Las razones presentadas son tres:
a) Él logró realizar en la propia vida una espléndida armonía entre naturaleza y gracia
- profundamente humano - profundamente hombre de Dios
- rico en las virtudes de su pueblo - lleno de los dones del Espíritu Santo
- estaba abierto a las realidades terrenas - vivía como si viera el Invisible
He aquí, pues, su identidad.
b) Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes
- con firmeza y constancia
- entre obstáculos y fatigas
- con la sensibilidad de un corazón generoso
- no dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la Juventud.
He aquí su relevancia.
c) Realmente lo único que le interesó fueron las almas.
- totalmente consagrado a Dios y plenamente entregado a los jóvenes
- educaba evangelizando y evangelizaba educando
He aquí la gracia de la unidad.
Hoy la Congregación tiene necesidad de esta conversión, que nos haga al mismo tiempo recuperar la identidad carismática y la pasión apostólica. Nuestro compromiso por la salvación de los jóvenes, especialmente los más pobres, pasa necesariamente a través de la identificación carismática.
En Don Bosco la santidad brilla de sus obras, es verdad; pero las obras son sólo la expresión de su vida de fe. Unión con Dios es vivir en Dios la propia vida; es estar en Su presencia; es participación en la vida divina que hay en nosotros. Don Bosco hizo de la revelación de Dios y de su Amor, la razón de la propia vida, según la lógica de las virtudes teologales: con una fe que se hacía signo fascinante para los jóvenes, con una esperanza que era palabra luminosa para ellos, con una caridad que se hacía gesto de amor en sus relaciones.
7. Conclusión
Queridísimos hermanos Capitulares, el 3 de abril del 2002 fui elegido Rector Mayor por el CG25 y los días sucesivos fueron elegidos el Vicario y los otros Consejeros de Sector y de Región, con el mandato de animar y gobernar la Congregación en el sexenio 2002-2008. Durante estos seis años hemos tratado de vivir con intensidad dicho mandato, invirtiendo nuestras mejores energías.
Don Luc Van Looy, después de poco más de un año, fue llamado por el Santo Padre al ministerio episcopal como Obispo de la Diócesis de Gante en Bélgica. Esto nos obligó a nombrar un nuevo Vicario, don Adriano Bregolin, y, en consecuencia, un nuevo Regional para Italia y Medio Oriente en la persona de don Pier Fausto Frisoli. Uno de nosotros, don Valentín de Pablo, falleció mientras realizaba la Visita extraordinaria a la Visitaduría AFO. Dos Consejeros, don Antonio Domenech y don Helvécio Baruffi, han sido probados duramente por la enfermedad. Y, finalmente, el 23 de enero pasado el Santo Padre ha nombrado Obispo a don Tarcisio Scaramussa, Consejero para la Comunicación Social, confiándole el comprometido encargo de Auxiliar de la Arquidiócesis de Sâo Paulo.
Mientras agradezco a cada uno de los Consejeros su cercanía y su colaboración leal, generosa y calificada en las diversas funciones encomendadas a ellos, es hoy el momento de dar de nuevo la palabra a la Asamblea Capitular, que representa la máxima expresión de autoridad en la vida de la Congregación. A todos vosotros, pues, queridísimos hermanos, la palabra, pero también la invitación a abrir el corazón al Espíritu, el gran Maestro interior que nos guía siempre hacia la verdad y la plenitud de vida.
Concluyo confiando este acontecimiento pentecostal de nuestra Congregación a la Virgen, a María Auxiliadora. Ella ha estado siempre presente en nuestra historia y no dejará que nos falte su presencia y su auxilio en esta hora. Como en el Cenáculo, María, la experta del Espíritu, nos enseñará a dejarnos guiar por Él “para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y lo perfecto” (Rm 12, 2b).
Roma, 3 de marzo 2008
P. Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
[1] Cf. V. Bosco, Il Capitolo: momento di profezia per tenere il passo di Dio, Elle Di Ci, Torino 1980, p. 8.
[2] Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n. 31. Cfr. También Caminar desde Cristo, n. 46.
[3] The referente is essentially to a sentence in n. 20 of CG25: “Cada comunidad está formada por hombres, inmersos en la sociedad, que expresan la pasión del ‘da mihi animas, cetera tolle’, con el optimismo de la fe, con la dinámica y la creatividad de la esperzanza y con la bondad y entrega total de la caridad”. Each community expresses the Gospel-based passion of the ‘da mihi animas’. So white the RM doesn’t actually mention the term ‘passion’ as the very first thing he wrote to the whole Congregation by way of the introduction to the CG25 documents, he is introducing a document that does, and he soon takes up the twin terms ‘passion’ and ‘da mihi animas’ in subsequent letters anyway. We can say that they were there from the beginning of his consciousness as Rector Major. (J. Fox, 06.04.2006).
[4] Cfr. Del Testamento espiritual de San Juan Bosco”, Escritos de Don Bosco, en “Constituciones y Reglamentos”, ed. 1985, p. 260.
[5] Letrera circolare del 1 dicembre 1909, in Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torinoi 1965, p. 498.
[6] O. González de Cardenal, Ratzinger y Juan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, pp. 224 ss.
7. Conclusión
Queridísimos hermanos Capitulares, el 3 de abril del 2002 fui elegido Rector Mayor por el CG25 y los días sucesivos fueron elegidos el Vicario y los otros Consejeros de Sector y de Región, con el mandato de animar y gobernar la Congregación en el sexenio 2002-2008. Durante estos seis años hemos tratado de vivir con intensidad dicho mandato, invirtiendo nuestras mejores energías.
Don Luc Van Looy, después de poco más de un año, fue llamado por el Santo Padre al ministerio episcopal como Obispo de la Diócesis de Gante en Bélgica. Esto nos obligó a nombrar un nuevo Vicario, don Adriano Bregolin, y, en consecuencia, un nuevo Regional para Italia y Medio Oriente en la persona de don Pier Fausto Frisoli. Uno de nosotros, don Valentín de Pablo, falleció mientras realizaba la Visita extraordinaria a la Visitaduría AFO. Dos Consejeros, don Antonio Domenech y don Helvécio Baruffi, han sido probados duramente por la enfermedad. Y, finalmente, el 23 de enero pasado el Santo Padre ha nombrado Obispo a don Tarcisio Scaramussa, Consejero para la Comunicación Social, confiándole el comprometido encargo de Auxiliar de la Arquidiócesis de Sâo Paulo.
Mientras agradezco a cada uno de los Consejeros su cercanía y su colaboración leal, generosa y calificada en las diversas funciones encomendadas a ellos, es hoy el momento de dar de nuevo la palabra a la Asamblea Capitular, que representa la máxima expresión de autoridad en la vida de la Congregación. A todos vosotros, pues, queridísimos hermanos, la palabra, pero también la invitación a abrir el corazón al Espíritu, el gran Maestro interior que nos guía siempre hacia la verdad y la plenitud de vida.
Concluyo confiando este acontecimiento pentecostal de nuestra Congregación a la Virgen, a María Auxiliadora. Ella ha estado siempre presente en nuestra historia y no dejará que nos falte su presencia y su auxilio en esta hora. Como en el Cenáculo, María, la experta del Espíritu, nos enseñará a dejarnos guiar por Él “para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y lo perfecto” (Rm 12, 2b).
Roma, 3 de marzo 2008
P. Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
[1] Cf. V. Bosco, Il Capitolo: momento di profezia per tenere il passo di Dio, Elle Di Ci, Torino 1980, p. 8.
[2] Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n. 31. Cfr. También Caminar desde Cristo, n. 46.
[3] The referente is essentially to a sentence in n. 20 of CG25: “Cada comunidad está formada por hombres, inmersos en la sociedad, que expresan la pasión del ‘da mihi animas, cetera tolle’, con el optimismo de la fe, con la dinámica y la creatividad de la esperzanza y con la bondad y entrega total de la caridad”. Each community expresses the Gospel-based passion of the ‘da mihi animas’. So white the RM doesn’t actually mention the term ‘passion’ as the very first thing he wrote to the whole Congregation by way of the introduction to the CG25 documents, he is introducing a document that does, and he soon takes up the twin terms ‘passion’ and ‘da mihi animas’ in subsequent letters anyway. We can say that they were there from the beginning of his consciousness as Rector Major. (J. Fox, 06.04.2006).
[4] Cfr. Del Testamento espiritual de San Juan Bosco”, Escritos de Don Bosco, en “Constituciones y Reglamentos”, ed. 1985, p. 260.
[5] Letrera circolare del 1 dicembre 1909, in Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torinoi 1965, p. 498.
[6] O. González de Cardenal, Ratzinger y Juan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, pp. 224 ss.