Apertura del CG26


Discurso de Apertura de D. Pascual Chávez,
Rector Mayor de los Salesianos
en la apertura del CG26

Tengo muchas ganas de veros para
comunicaros algún don espiritual que os haga
más firmes. De hecho, tanto vosotros como yo
vamos a animarnos al compartir nuestra fe
(Rm 1,11-12).

1. Saludo a los Invitados

Eminencia Reverendísima, Card. Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Eminencia Reverendísima, Card. Rafael Farina, Bibliotecario y Archivista de la Santa Romana Iglesia,
Excelentísimo Mons. Gianfranco Gardin, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Excelentísimo Mons. Gino Reali, Obispo de Porto y Santa Rufina,
Excelentísimos Obispos Salesianos,
Reverendísima Sor Enrica Rosanna, Subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Gentilísima Madre Antonia Colombo, Superiora General del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
Queridísimos Responsables de los diversos Grupos de la Familia Salesiana,
Reverendísimo Padre Pedro Trabucco, Secretario general de la Unión de Superiores Generales,

En nombre de toda la Asamblea capitular, Os agradezco de corazón vuestra presencia en este momento tan significativo para la Sociedad de San Francisco de Sales y Os expreso cuán grata es para todos nosotros vuestra participación, que honra el inicio de nuestro Capítulo General XXVI y nos estimula en nuestro trabajo.


2. Bienvenida a los Capitulares

Queridísimos Hermanos Capitulares, Inspectores y Superiores de Visitadurías, Delegados inspectoriales, Observadores invitados, llegados de todo el mundo para tomar parte en esta importante asamblea de nuestra amada Congregación.

A todos vosotros deseo daros la bienvenida con el corazón de Don Bosco. ¡Sentíos en vuestra casa y a gusto! La casa de Don Bosco es vuestra casa. También la Casa Generalicia es la casa de Don Bosco, como lo ha sido la de Valdocco, donde hemos querido en espíritu de oración y de contemplación dar comienzo a los primeros momentos de esta Asamblea; como lo ha sido la casita de I Becchi, en cuya fachada está colocada la inscripción con las palabras de Don Bosco: “Ésta es mi casa”.

El “volver a partir de Don Bosco”, tema central del Capítulo, es una invitación dirigida a toda la Congregación. Dicho tema nos ha llevado a los lugares donde nuestro amado padre y fundador, dócil a la voz y a la acción del Espíritu Santo, dio inicio y desarrollo a aquel carisma, del que somos herederos, garantes, testimonios y comunicadores. I Becchi y Valdocco son la cuna de nuestra experiencia carismática. Allí está nuestra identidad, porque allí todos nosotros hemos nacido, como canta el salmista lleno de alegría pensando en la ciudad de Dios: “todos han nacido allí; todas mis fuentes están en ti” (Sal 86).

Nuestro ADN es el mismo de nuestro padre Don Bosco, cuyos genes son la pasión por la salvación de los jóvenes, la confianza en el valor de la educación de calidad, la capacidad de implicar a muchos hasta crear un vasto movimiento de personas capaces de compartir, en la misión juvenil, la mística del “da mihi animas” y la ascética del “cetera tolle”. Unido a vosotros expreso los más vivos deseos de que nuestro Capítulo sea el punto de arranque para volver a partir de Don Bosco y llegar al año 2015, cuando alegres y agradecidos celebraremos el segundo centenario de su nacimiento.


3. El Capítulo General

He querido poner al principio de este discurso de apertura la cita de San Pablo a los Romanos, porque me parece que expresa cuanto tengo en el corazón y cuanto espero de esta asamblea. Si es verdad que cualquier Capítulo General es un acontecimiento que supera en la sustancia el sólo cumplimiento formal de lo que está prescrito en las Constituciones, con mayor razón considero que debe serlo el CG26. Éste será un evento pentecostal, que tendrá al Espíritu Santo como principal protagonista; se desarrollará entre memoria y profecía, entre agradecimiento fiel a los orígenes y apertura incondicional a la novedad de Dios. Y todos nosotros seremos sujetos activos, con nuestras responsabilidades y esperanzas, ricos de experiencia, disponibles a la escucha, al discernimiento, a la aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestra Congregación.

Dios mismo es quien nos convoca, el cual continuamente y en todo tiempo llama y manda a sus profetas, para que haya vida en abundancia para todos. Las llamadas de Dios exigen generosidad, entrega plena y disponibilidad también para el sufrimiento para “dar la vida”; no nace vida sin “los dolores del parto”. Dios nos invita a consolidar situaciones de estancamiento o incluso de muerte, sino que envía Su Espíritu para volver a dar vida y vitalidad, transformar a las personas y, por medio de ellas, renovar la faz de la tierra.

No puedo dejar de recordar en este punto la penetrante visión de Ezequiel sobre el pueblo de Dios desterrado, privado del Rey, del Templo y de la Ley. Sobre los huesos secos, sobre este pueblo muerto, Dios envía el Espíritu y he aquí que reaparecen los nervios y crece la carne. Recubre estos cuerpos de piel y sopla su aliento de vida (cf. Ez 37, 8ss). Ciertamente la novedad que Dios quiere ofrecer al mundo puede chocar con la resistencia psicológica y espiritual a “renacer de lo alto” (Jn 3, 3), como sucedió con Nicodemo. Al contrario, lo que se nos pide a nosotros es la disponibilidad ejemplar de Abrahán que se deja guiar por el Dios de la promesa (cf. Gn 12, 1-3); él no se aferra siquiera al hijo tan esperado y llega a renunciar a Isaac, no dudando en sacrificarlo con tal de no perder a su Dios. Siempre en esta lógica de disponibilidad, modelo perfecto de apertura ilimitada es la Virgen María, pronta a dejar el propio proyecto para asumir el de Dios (cf. Lc 1, 35ss).


El CG26 apunta a algo nuevo e inédito. Nos impulsa la urgencia de volver a los orígenes. Somos llamados a encontrar inspiración desde la misma pasión apostólica de Don Bosco. Somos invitados a acudir a las fuentes claras del carisma y, al mismo tiempo, a abrirnos con audacia y creatividad a modalidades nuevas para expresarlo hoy. Para nosotros es como descubrir nuevas tallas de un mismo diamante, nuestro carisma, que nos permiten responder mejor a las situaciones de los jóvenes, de comprender y servir sus nuevas pobrezas, de ofrecer nuevas oportunidades para su desarrollo humano y su educación, para su camino de fe y para su plenitud de vida.

Es importante que cada uno de nosotros, queridos Capitulares, entre en sintonía profunda con Dios, que nos llama “hoy”, para que la inspiración y la fuerza de su Espíritu no queden desconcertados en el corazón, enmudecidos en los labios y deformados en su lógica (cf. Ef 4, 30). Todo esto significa que el esfuerzo a que somos llamados es el de abrir lo más posible el arco de nuestra receptividad “espiritual”, para descubrir en lo profundo de nosotros mismos la voluntad de Dios en relación con la Congregación y para conformar cada vez más nuestro pensar y nuestro hablar con la Palabra de Dios. Las palabras, que cada uno de nosotros se sentirá llamado a pronunciar, lleven lo menos posible el gravamen de la carne, porque “lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es Espíritu” (Jn 3, 6).[1]



4. Actitudes de plena participación en el CG26

¿Cómo vivir entonces la experiencia capitular de forma constructiva? ¿Qué tipo de compromiso asumir por parte de cada Capitular? ¿Con qué actitudes participar en el Capítulo General?


Cultivando el espíritu profético

La conciencia de ser convocados por Dios despierta en nosotros el sentido de dependencia de Él y la acentuación profunda de la misión que Él nos confía. Esto exige de nosotros una escucha continuada, humilde, obediente. A diferencia de un congreso o de una reunión, donde con frecuencia prevalece la dialéctica, aquí nos encontramos viviendo un momento de discernimiento y de confrontación sobre la vida de la Congregación y sobre nuestro carisma, que es un gran don de Dios para la Iglesia y para los jóvenes.

No podemos asumir el papel de espectadores. Esto transformaría el evento en mera cronología; de él no quedaría sino algún vago recuerdo, incapaz de crear auténticos dinamismos transformadores de la historia. Éste es precisamente el papel del profeta: movido por el Espíritu de Cristo y portador de la Palabra de Dios, es capaz de transformar la historia. Para que todo esto se cumpla en nuestra experiencia, el CG26 nos propone una implicación plena de nuestras personas. Todos estamos llamados a vivir este acontecimiento con responsabilidad, a captar la vital importancia y a reavivar cada día el interés y la disponibilidad para el camino que el Espíritu quiere que hagamos.

El Capítulo será significativo y fecundo si pasa del ser un puro “hecho”, que sucede en el tiempo y en el espacio, a una “experiencia” profunda que toca ante todo nuestra misma persona. Y la tocará, si en la realización del Capítulo somos capaces de encontrar a Dios. Desde ese momento comenzará la regeneración y el renacimiento; entonces podremos comunicar a todos los hermanos de la Congregación “lo que nosotros hemos oído, lo que nosotros hemos visto con nuestros ojos, lo que nosotros hemos contemplado y lo que nuestras manos han palpado” (1 Jn 1, 1).

El crecimiento personal y el servicio a la Congregación, que están en juego en la experiencia capitular, van juntos. Muchas veces se oye decir que la participación en un Capítulo General representa una experiencia intensa de formación permanente; y es verdad. Sin embargo, personalmente, preferiría hablar de una experiencia carismática en el sentido más profundo del término, es decir, de una experiencia del Espíritu y, tratándose de una asamblea, de un verdadero Pentecostés comunitario.

No se trata sólo de no defraudar a los hermanos, sino de no perder un “tiempo propicio”, un “kairós”; por lo tanto, de no defraudar a Dios y a los jóvenes, los dos polos que configuran nuestra identidad, alrededor de la cual rueda nuestra vida y a cuyo servicio se justifica nuestro ser.



Operando el discernimiento

Precisamente porque el Capítulo no es un congreso, sino un tiempo de discernimiento, debemos vivirlo con esta actitud, que requiere preparación, seria reflexión, oración serena y profunda, aportación personal, conciencia de la propia adhesión, escucha de Dios y de uno mismo.

Desde esta perspectiva, tanto las jornadas de espiritualidad salesiana vividas en I Becchi y en Turín, como los Ejercicios espirituales, como los dos días de presentación de la Congregación a través de los Sectores y las Regiones, han contribuido a crear este clima espiritual. La atmósfera ideal en la que Dios realiza las maravillas y conduce la historia, también la de nuestra Congregación, es la caridad: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”.

El Espíritu actúa, sopla su aliento de vida y lanza sus llamas de fuego donde hay una comunidad reunida en el nombre de Cristo y unida por el amor. Es la comunión de los corazones la que nos convoca alrededor del mismo proyecto apostólico, el de Don Bosco, y hace posible la unidad en la diversidad de los contextos, de las culturas, de las lenguas.

Caminando con el Dios de la historia

Hoy la situación del mundo y de la Iglesia nos pide caminar con el Dios de la historia. No podemos renunciar a nuestra vocación de ser, como consagrados, la punta de diamante en el Reino de Dios, los centinelas del mundo y los sensorios de la historia. Nuestra vocación de “signos y portadores del amor de Dios” (Const 2) nos impulsa a ser cuanto el Señor espera de todos sus discípulos: “sal de la tierra y luz del mundo” (cfr. Mt 5, 14). He ahí las dos imágenes utilizadas por Jesús para definir y caracterizar a sus discípulos. Ambas son muy elocuentes y nos dicen que ponerse en seguimiento de Cristo no está determinado tanto por el “hacer” como por el “ser”, es decir, es más cuestión de identidad que de eficacia, más problema de presencia significativa que de actuaciones grandiosas.

También aquí, lo que importa no es tanto la renovación de la Congregación o su futuro, cuanto la pasión por Jesús y el Reino de Dios. Ésta es nuestra esperanza. Es aquí donde se encuentra la vitalidad, la credibilidad y la fecundidad de nuestro Instituto. En efecto, la apertura a las peticiones, a las provocaciones, a los estímulos y a los desafíos del hombre moderno, en nuestro caso a los de los jóvenes, nos libera de toda forma de esclerosis, de atonía, de inmovilidad, de aburguesamiento y nos pone en camino “al paso de Dios”. Entonces evitaremos mirar atrás, haciéndonos estatuas de sal, o ilusionarlos en estériles huidas adelante, no conformes con la voluntad de Dios.

Un elemento típico de Don Bosco y de la Congregación ha sido siempre la sensibilidad histórica y hoy, más que nunca, no podemos descuidarla. Ella nos hará atentos a las instancias de la Iglesia y del mundo. Nos hará “ir” y “salir” a la búsqueda de los jóvenes. Esto deberá traducirse en un documento capitular capaz de llenar de fuego el corazón de los hermanos. Dicho texto constituirá una verdadera carta de navegación en los años futuros. He aquí por qué es importante la lectura de los “signos de los tiempos”, algunos de los cuales he querido indicar en ACG 394 en la carta de convocación del CG26.


Construyendo sobre la roca

En mi carta circular con el título “Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien” (Sal 16, 2), publicada en ACG 382, hablaba de una vida consagrada de tipo liberal que ya ha agotado sus posibilidades y no tiene futuro. Se han hecho esfuerzos de renovación y se ha tratado de crecer, pero no exactamente según la lógica de una vida que está consagrada antes de todo a Dios. Muchas experiencias convalidan la sospecha de que se ha querido construir la casa sobre la arena, y no sobre la roca. Todo tentativo de refundar la vida consagrada que no nos lleve a Jesucristo, fundamento de nuestra vida (cf. 1 Cor 3, 11), y no nos haga más fieles a Don Bosco, nuestro fundador, está destinado a fracasar.

No cabe duda que la vida consagrada está viviendo un momento más delicado aún que el del inmediato postconcilio, a pesar de todos los esfuerzos de renovación llevados a cabo. Ante este panorama puede surgir la tentación de un simple retorno al pasado, donde recuperar seguridad y tranquilidad, a precio de una cerrazón a los nuevos signos de los tiempos, que nos impulsan a responder con mayor identidad, visibilidad y credibilidad.

La solución no está en opciones restauradoras; en efecto, no se puede sustraer a la vida consagrada la fuerza profética que siempre la ha distinguido y que la hace dinámica y contracultural. Como ya he dicho tantas veces, lo que está en juego durante el próximo sexenio no es la supervivencia, sino la profecía de nuestra Congregación. No debemos, por tanto, cultivar un “ensañamiento institucional”, tratando de prolongar la vida a cualquier costo; debemos, más bien, tratar con humildad, con constancia y con alegría de ser signos de la presencia de Dios y de su amor por el hombre. Sólo así podremos ser una fuerza capaz de arrastrar y de fascinar.

Pues bien, para ser una presencia profética en la Iglesia y en el mundo, la vida consagrada debe evitar la tentación de adecuarse a la mentalidad secularizada, hedonista y consumista de este mundo y debe dejarse guiar por el Espíritu, que la ha hecho surgir como forma privilegiada de seguimiento y de imitación de Cristo. Podremos así conocer y asumir la voluntad de Dios sobre nosotros, en esta fase de la historia, y llevarlo dentro de nuestra vida con alegría, convicción y entusiasmo. “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12, 2). No podemos olvidar que la vida cristiana, y con mayor razón la vida consagrada, no tiene otra vocación y misión que ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.

Sal de la tierra somos nosotros cuando vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, cuando construimos nuestra vida a partir del sermón de la montaña, cuando vivimos una existencia alternativa. Se trata de ser personas que, frente a una sociedad que privilegia el éxito, lo efímero, lo provisional, el dinero, el placer, el poder, la venganza, el conflicto y la guerra, escogen la paz, el perdón, la misericordia, la gratuidad, el espíritu de sacrificio, comenzando por el círculo restringido de la familia o de la comunidad para extenderse luego a la sociedad.

Pero Jesús nos advierte sobre la posibilidad de que la sal pierda su sabor, de que sus discípulos no sean auténticos. Él nos señala los efectos desastrosos de esto: “Para nada sirve sino para ser tirada al suelo y pisada por los hombres”. O somos discípulos con clara identidad evangélica y, por tanto, significativos y útiles para el mundo, o nos tienen que echar fuera y despreciar, somos infelices, no somos nada. El cristianismo, la fe, el evangelio, la vida consagrada tienen un valor social y una responsabilidad pública, porque son vocación y misión, y no pueden ser entendidos y vividos “para uso privado”.

Éste es el sentido de la exhortación con que Jesús concluye sus palabras: “Así brille vuestra luz ante los hombres”. Jesús quiere que sus discípulos hagan del discurso de la montaña un programa de vida. Mansedumbre, pobreza, gratuidad, misericordia, perdón, abandono en Dios, confianza, amor a los demás son, pues, las obras evangélicas que se deben hacer resplandecer, las que nos hacen llegar a ser “sal” y “luz”, las que nos ayudan a crear la sociedad alternativa que no permite a la humanidad corromperse del todo.

Nosotros, queridos hermanos, estamos llamados a ser esperanza, a ser luz y sal; estamos llamados a una misión hacia la sociedad y el mundo, una misión que se resume en una palabra: ¡santidad! Ser luz y sal quiere decir ser santos. El art. 25 de las Constituciones presenta la profesión como fuente de santificación. Después de haber hablado de los hermanos que, viviendo en plenitud el proyecto de vida evangélica, sirven de estímulo en nuestro camino de santificación, concluye así: “El testimonio de esta santidad, que se realiza en la misión salesiana, revela el valor único de las bienaventuranzas y es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes”.

Nos decía Juan Pablo II: “Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial… Es el momento de proponer de nuevo a todos este ‘alto grado’ de la vida cristiana ordinaria, que es precisamente la santidad”.[2] Parafraseando a Don Bosco, diría que es fascinante ser santos, porque la santidad es luminosidad, tensión espiritual, esplendor, luz, alegría interior, equilibrio, pureza, amor llevado hasta el extremo.

Si es verdad que la vida consagrada es “don divino”, que la Iglesia ha recibido de su Señor, “árbol plantado por Dios en la Iglesia”, “don especial que ayuda a la Iglesia en la misión salvífica” y que “pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia” (LG 43 y 44), se sigue que una celebración capitular es un evento eclesial en el sentido auténtico de la palabra. Se trata de un verdadero kairós, en el que Dios obra para llevar a la Iglesia a ser cada vez más esposa de Cristo, toda esplendente, sin mancha y sin arrugas.


5. Tema y objetivo del CG26

En un estudio lingüístico hecho el día después de la determinación del tema del CG26, don Julian Fox escribía que la palabra que aparecía con mayor frecuencia en las intervenciones del Rector Mayor, a partir de la presentación de los documentos del CG25, era “pasión”, unida ordinariamente a “da mihi animas”.[3] Su conclusión es que el “da mihi animas” de Don Bosco es lo que da contenido y sentido a la palabra “pasión”, usada por mí frecuentemente en mis escritos; dicho de otro modo, el término “pasión” describe muy bien el significado del “da mihi animas”.

Este lenguaje se ha hecho más intenso a partir del Congreso Internacional de la vida consagrada, celebrado en Roma a finales de noviembre de 2004, que tuvo precisamente como tema programático “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”. Como miembro del Consejo ejecutivo y de la Comisión teológica de la USG, he tenido la posibilidad de contribuir a la elección de este tema, que pretendía poner de relieve la centralidad de la “pasión” en el testimonio actual de la vida consagrada.

Dentro de la tradición salesiana y en el contexto más amplio de la vida consagrada, dicha elección está ordenada a llevarnos a nosotros consagrados a cultivar una potente fuerza que arrastre, una inmensa energía que es precisamente la del deseo. La unión profunda entre “pasión” y “Da mihi animas” pertenece a nuestra estructura genética, no a nivel formal, sino esencial. En este sentido, que es don carismático de nuestro fundador, tal “pasión” nos vincula profundamente a Dios y a los jóvenes. Por esto, la elección del tema “Da mihi animas, cetera tolle” ha querido ir a las raíces de nuestro carisma, a la “fundamental” opción espiritual y apostólica de Don Bosco, que él mismo ha dejado como programa de vida a los Salesianos (cf. Const. 4). En efecto, dicho lema sintetiza nuestra identidad carismática y nuestra misión.

Da mihi animas expresa una misión deseada, pedida, aceptada. La misión es don de Dios; es Él quien quiere estar entre los jóvenes por medio de nosotros, porque Él mismo quiere salvarlos, quiere darles su plenitud de vida; por esto la misión hay que desearla, porque nace en el corazón de Dios salvador y no de nuestra voluntad. La misión es, además, un don que debe ser pedido; el misionero de los jóvenes no es dueño ni de su vocación ni de los destinatarios; la misión se realiza en primer lugar en coloquio con el Señor de la mies; esto implica una relación profunda con Dios, verdadero requisito de toda misión. La misión es, además, un don que se acepta; esto pide la identificación con el carisma y el cuidado de la fidelidad vocacional a través de la formación inicial y la formación permanente; será esta fidelidad la que nos protegerá de la indiferencia para con Dios y con los jóvenes.

Cetera tolle representa la disposición interior y el esfuerzo ascético para acoger la misión. Es una opción de desapego de todo lo que nos aleja de Dios y de los jóvenes. Dicha opción nos pide: una vida personal y comunitaria más sencilla y más pobre, con una consiguiente reorganización institucional del trabajo, que nos ayude a superar el peligro de ser gestores de las obras más que evangelizadores de los jóvenes; la atención a las nuevas pobrezas de los jóvenes y de nuestros destinatarios en general; la apertura a las nuevas fronteras de la evangelización en un compromiso apostólico profundamente renovado.

El objetivo del CG26 es tocar el corazón del salesiano, para hacer que todo hermano sea “un nuevo Don Bosco”, ¡un intérprete suyo hoy! Hemos expresado esta meta diciendo que el CG26 quiere “despertar el corazón del Salesiano con la pasión del ‘Da mihi animas’”. Estamos seguros de alcanzar el objetivo, si cada salesiano se identifica con Don Bosco, acogiéndolo en la propia vida como “padre y modelo” (Const. 21). Para esto, deberemos renovar nuestra atención y nuestro amor a las Constituciones, captando toda su fuerza carismática.

A este respecto, querría indicaros de modo particular el capítulo segundo de las Constituciones que nos presenta el “espíritu salesiano”. Recordemos cuanto Don Bosco nos ha dejado escrito en su Testamento espiritual: “Si me habéis amado hasta ahora, seguid haciéndolo en adelante con la exacta observancia de nuestras Constituciones”.[4] Y Don Rua nos repite: “Cuando el Venerable Don Bosco mandó a sus primeros hijos a América, quiso que la fotografía lo representase en medio de ellos en el acto de entregar a Don Juan Cagliero, jefe de la expedición, el libro de nuestras Constituciones. ¡Cuántas cosas decía Don Bosco con aquella actitud!...Querría acompañaros yo mismo, confortaros, consolaros, protegeros. Pero lo que no puedo hacer yo, lo hará este librito. Guardadlo como preciosísimo tesoro”.[5] Y, finalmente, afirmaba don Rinaldi: “Todo Don Bosco se encuentra en ellas”.


6. Identidad carismática y pasión apostólica

El tema del CG26 “Da mihi animas, cetera tolle” tiene como subtítulo la expresión “identidad carismática y pasión apostólica”. En conclusión, la renovación profunda de que tiene necesidad la Congregación en esta hora histórica y al que tiende este Capítulo General, depende de la unión inseparable de estos dos elementos. A mi parecer, hay que superar desde el principio el clásico dilema entre “identidad carismática y relevancia social”. De hecho, éste es un problema falso: en efecto, no se trata de dos factores independientes, y su contraposición puede traducirse en tendencias ideológicas que desfiguran la vida consagrada, se convierten en causa de inútiles tensiones y estériles esfuerzos, provocan un sentido de fracaso. Me pregunto pues: ¿dónde encontrar la identidad salesiana, la que garantice la relevancia social de la Congregación, manifestada en el “fenómeno salesiano”, como fue llamado por Pablo VI, fruto de su increíble crecimiento vocacional y de su expansión mundial?

Nos sucede a nosotros lo que hoy vive la Iglesia. Ésta “está siempre ante dos imperativos sagrados que la mantienen en una tensión insuperable. Por una parte está vinculada a la memoria viva, a la asimilación teórica y a la respuesta histórica a la revelación de Dios en Cristo, que es origen y fundamento de su existencia. Por otra, está vinculada y es mandada a la comunicación generosa de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres, que ella alcanza a través de la evangelización, la celebración sacramental, el testimonio vivo y la colaboración generosa de cada uno de sus miembros. El cuidado de la identidad y el ejercicio de la misión son igualmente sagrados. Cuando la fidelidad a los orígenes y la preocupación por la identidad son desproporcionadas o son excesivas, la Iglesia se convierte en una secta y sucumbe al fundamentalismo. Cuando la preocupación por su relevancia ante la sociedad y ante las causas comunes de la humanidad es llevada hasta el límite, en que se olvidan las propias fuentes claras, entonces la Iglesia llega al borde de la disolución y finalmente de la insignificancia”.[6]

He aquí los dos elementos constitutivos para la Iglesia y, por lo tanto, para la Congregación: su identidad, que consiste en ser discípulos de Jesucristo, y su misión, que está centrada en trabajar por la salvación de los hombres, en nuestro caso la de los jóvenes. La preocupación obsesiva por la identidad desemboca en el fundamentalismo y así se pierde la relevancia. El afán por una relevancia social en el desarrollo de la misión, a cualquier precio y a costa de la pérdida de identidad, lleva, en cambio, a la disolución del mismo “ser Iglesia”.

Esto significa que la fidelidad de la Iglesia, y a fortiori la de la Congregación, depende de la unión inseparable de estos dos factores: identidad carismática y relevancia social. Con frecuencia, al plantear estos elementos como antagonistas o simplemente separándolos, “o identidad o relevancia”, nosotros podemos caer en una concepción equivocada de la vida consagrada, pensando que si hay mucha identidad de fe y de carisma, pueda sufrir el compromiso social y consiguientemente pueda haber poca significatividad de nuestra vida. Olvidamos que “la fe sin las obras es estéril” (Sant 2, 20). ¡No se trata de una alternativa, sino de una integración!

Son tres las referencias de este programa de renovación: 1) una vuelta continua a las fuentes de toda vida cristiana; 2) una vuelta continua a la inspiración original de los institutos; 3) una adaptación de los institutos a las mudables condiciones de los tiempos. Pero hay antes un criterio que resulta normativo, es decir, las tres peticiones de la reforma van juntas: simul. No puede darse ninguna renovación adecuada con una sola de tales perspectivas. Tal vez éste ha sido el error de algunos tentativos fracasados de reforma de la vida consagrada. En el inmediato período postconciliar, mientras algunos subrayaban la inspiración originaria del instituto a través de una fuerte identidad, otros optaban por la adecuación a la nueva situación del mundo contemporáneo con un compromiso social más fuerte. Así las dos polarizaciones permanecían infecundas y sin una efectiva fuerza de convicción.

Muchas veces he compartido la profunda impresión que me hizo la visita a la Casa Madre de las Hermanas de la Caridad en Calcuta, precisamente por la convicción particular que Madre Teresa supo trasmitir a sus Hermanas: tanto más te entregas a aquellos en quien nadie piensa, los más pobres y necesitados, tanto más debes expresar la diferencia, la razón fundamental de esta preocupación, que es Cristo Crucificado. La única forma, en que se presenta claro el testimonio de la vida consagrada, se tiene cuando ésta es capaz de revelar que Deus caritas est. Madre Teresa escribía: “Una oración más profunda te lleva a una fe más vibrante, una fe más vibrante a un amor más expansivo, un amor más expansivo a una entrega más solidaria a una paz duradera”.

La identificación con la sociedad contemporánea, sin una profunda identificación con Jesucristo, pierde su capacidad simbólica y su fuerza inspiradora. Sólo esta inspiración hace posible la diferencia que la sociedad necesita. La sola identificación con un grupo social o con un determinado programa político, incluso cargado de impacto social, no es más elocuente ni creíble. Para este fin hay otras instituciones y organizaciones en el mundo de hoy.

He aquí cuanto Don Bosco supo hacer de modo extraordinario. Nos lo presenta en forma magistral nuestro texto constitucional en el artículo 21, hablando precisamente de Don Bosco como Padre y Maestro y ofreciéndonoslo como modelo. Las razones presentadas son tres:


a) Él logró realizar en la propia vida una espléndida armonía entre naturaleza y gracia
- profundamente humano - profundamente hombre de Dios
- rico en las virtudes de su pueblo - lleno de los dones del Espíritu Santo
- estaba abierto a las realidades terrenas - vivía como si viera el Invisible
He aquí, pues, su identidad.

b) Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes
- con firmeza y constancia
- entre obstáculos y fatigas
- con la sensibilidad de un corazón generoso
- no dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la Juventud.
He aquí su relevancia.

c) Realmente lo único que le interesó fueron las almas.
- totalmente consagrado a Dios y plenamente entregado a los jóvenes
- educaba evangelizando y evangelizaba educando
He aquí la gracia de la unidad.

Hoy la Congregación tiene necesidad de esta conversión, que nos haga al mismo tiempo recuperar la identidad carismática y la pasión apostólica. Nuestro compromiso por la salvación de los jóvenes, especialmente los más pobres, pasa necesariamente a través de la identificación carismática.

En Don Bosco la santidad brilla de sus obras, es verdad; pero las obras son sólo la expresión de su vida de fe. Unión con Dios es vivir en Dios la propia vida; es estar en Su presencia; es participación en la vida divina que hay en nosotros. Don Bosco hizo de la revelación de Dios y de su Amor, la razón de la propia vida, según la lógica de las virtudes teologales: con una fe que se hacía signo fascinante para los jóvenes, con una esperanza que era palabra luminosa para ellos, con una caridad que se hacía gesto de amor en sus relaciones.


7. Conclusión

Queridísimos hermanos Capitulares, el 3 de abril del 2002 fui elegido Rector Mayor por el CG25 y los días sucesivos fueron elegidos el Vicario y los otros Consejeros de Sector y de Región, con el mandato de animar y gobernar la Congregación en el sexenio 2002-2008. Durante estos seis años hemos tratado de vivir con intensidad dicho mandato, invirtiendo nuestras mejores energías.

Don Luc Van Looy, después de poco más de un año, fue llamado por el Santo Padre al ministerio episcopal como Obispo de la Diócesis de Gante en Bélgica. Esto nos obligó a nombrar un nuevo Vicario, don Adriano Bregolin, y, en consecuencia, un nuevo Regional para Italia y Medio Oriente en la persona de don Pier Fausto Frisoli. Uno de nosotros, don Valentín de Pablo, falleció mientras realizaba la Visita extraordinaria a la Visitaduría AFO. Dos Consejeros, don Antonio Domenech y don Helvécio Baruffi, han sido probados duramente por la enfermedad. Y, finalmente, el 23 de enero pasado el Santo Padre ha nombrado Obispo a don Tarcisio Scaramussa, Consejero para la Comunicación Social, confiándole el comprometido encargo de Auxiliar de la Arquidiócesis de Sâo Paulo.

Mientras agradezco a cada uno de los Consejeros su cercanía y su colaboración leal, generosa y calificada en las diversas funciones encomendadas a ellos, es hoy el momento de dar de nuevo la palabra a la Asamblea Capitular, que representa la máxima expresión de autoridad en la vida de la Congregación. A todos vosotros, pues, queridísimos hermanos, la palabra, pero también la invitación a abrir el corazón al Espíritu, el gran Maestro interior que nos guía siempre hacia la verdad y la plenitud de vida.

Concluyo confiando este acontecimiento pentecostal de nuestra Congregación a la Virgen, a María Auxiliadora. Ella ha estado siempre presente en nuestra historia y no dejará que nos falte su presencia y su auxilio en esta hora. Como en el Cenáculo, María, la experta del Espíritu, nos enseñará a dejarnos guiar por Él “para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y lo perfecto” (Rm 12, 2b).

Roma, 3 de marzo 2008

P. Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor



[1] Cf. V. Bosco, Il Capitolo: momento di profezia per tenere il passo di Dio, Elle Di Ci, Torino 1980, p. 8.
[2] Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n. 31. Cfr. También Caminar desde Cristo, n. 46.
[3] The referente is essentially to a sentence in n. 20 of CG25: “Cada comunidad está formada por hombres, inmersos en la sociedad, que expresan la pasión del ‘da mihi animas, cetera tolle’, con el optimismo de la fe, con la dinámica y la creatividad de la esperzanza y con la bondad y entrega total de la caridad”. Each community expresses the Gospel-based passion of the ‘da mihi animas’. So white the RM doesn’t actually mention the term ‘passion’ as the very first thing he wrote to the whole Congregation by way of the introduction to the CG25 documents, he is introducing a document that does, and he soon takes up the twin terms ‘passion’ and ‘da mihi animas’ in subsequent letters anyway. We can say that they were there from the beginning of his consciousness as Rector Major. (J. Fox, 06.04.2006).
[4] Cfr. Del Testamento espiritual de San Juan Bosco”, Escritos de Don Bosco, en “Constituciones y Reglamentos”, ed. 1985, p. 260.
[5] Letrera circolare del 1 dicembre 1909, in Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torinoi 1965, p. 498.
[6] O. González de Cardenal, Ratzinger y Juan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, pp. 224 ss.


Iuventum Patris (Juan Pablo II)


Carta Iuventum Patris
de Juan Pablo II


En el centenario de la muerte de San Juan Bosco
31-1-1988


A don Egidio Viganò,
rector mayor de la Sociedad de san Francisco de Sales,
en el centenario de la muerte de san Juan Bosco.

Al dilecto hijo Egidio Viganò, rector mayor de la Sociedad Salesiana.
Muy querido hijo, salud y bendición apostólica:

1. La querida Sociedad Salesiana se dispone a recordar con oportunas iniciativas el primer centenario de la muerte de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Quiero aprovechar tal ocasión para reflexionar una vez más sobre el problema de los jóvenes, considerando las responsabilidades que tiene la Iglesia en su preparación de cara al mañana.

Pues la Iglesia ama incesantemente a los jóvenes: siempre, y sobre todo en este período cercano al año dos mil, se siente interpelada por su Señor a mirarlos con especial amor y esperanza, viendo su educación como una de sus primeras responsabilidades pastorales.

El Concilio Vaticano II afirmó con clara visión que "el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia" [1], y reconoció que han surgido iniciativas "para promover más y más la obra de la educación" [2]. En una época de transición cultural, la Iglesia advierte preocupada, en el sector de la educación, la necesidad urgente de superar el drama de la profunda ruptura entre el Evangelio y una cultura [3] que subestima y margina el mensaje salvífico de Cristo.

En la alocución pronunciada ante los miembros de la UNESCO tuve la oportunidad de afirmar: "No hay duda de que el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre plenamente educado, el hombre capaz de educarse a sí mismo y de educar a los otros" [4]; y subrayé cierta tendencia a "un desplazamiento unilateral hacia la instrucción", con las consiguientes manipulaciones que pueden llevar a "una verdadera alienación de la educación" [5]. Recordé, pues, que "la tarea primaria y esencial de la cultura en general, e incluso de cada cultura en particular, es la educación. Ésta consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que pueda 'ser' más, y no sólo que pueda 'tener' más; que, consiguientemente, por medio de cuanto 'tiene' y 'posee', sepa 'ser' cada vez más hombre" [6].

En mis numerosas citas con los jóvenes de los diversos continentes, en los mensajes que les he dirigido y particularmente en la Carta que en 1985 escribí "a los jóvenes y a las jóvenes del mundo", he manifestado mi profunda convicción de que la Iglesia camina y debe caminar con ellos [7].

Deseo aquí insistir en las mismas ideas, con motivo de las celebraciones centenarias del nacimiento para el cielo de un gran hijo de la Iglesia: el Santo educador Juan Bosco, al que mi predecesor Pío XI no vaciló en definir "educator princeps" [8].

Tan fausto aniversario me da la oportunidad de un grato coloquio no sólo con usted, con sus hermanos en religión y con todos los miembros de la familia salesiana, sino también con los jóvenes —destinatarios de la educación—, con los educadores cristianos y con los padres de familia, llamados a ejercer tan noble ministerio humano y eclesial.

Me es igualmente grato destacar que esta "memoria" del Santo tiene lugar en el "Año Mariano" que orienta nuestra reflexión hacia "la que creyó": en el sí generoso de su fe descubrimos el manantial fecundo de su labor educadora [9], primeramente como Madre de Jesús, y después como Madre de la Iglesia y Auxiliadora de todos los cristianos.

I. San Juan Bosco, amigo de los jóvenes

2. Juan Bosco murió en Turín, el 31 de enero de 1888. Durante sus casi 73 años de vida fue testigo de profundos y complejos cambios políticos, sociales y culturales: movimientos revolucionarios, guerras y éxodo de la población rural hacia la ciudad; son factores que influyeron en las condiciones de vida de la gente, sobre todo de los ámbitos más pobres. Hacinados en los alrededores urbanos, los pobres en general, y los jóvenes en particular, son objeto de explotación o víctimas del desempleo: durante su desarrollo humano, moral, religioso y profesional, se los sigue de manera insuficiente y muchas veces ni se les presta ningún género de atención. Sensibles a toda clase de cambios, los jóvenes viven con frecuencia inseguros y desorientados. Ante esta masa desarraigada, la educación tradicional no sabe qué hacer: por diversas razones, filántropos, educadores y eclesiásticos tratan de remediar las nuevas necesidades. Entre ellos sobresale, en Turín, Don Bosco por su clara inspiración cristiana, por su resuelta iniciativa y por la difusión rápida y amplia de su obra.

3. Juan Bosco se daba cuenta de que habla recibido una vocación especial y de que estaba asistido y como guiado directamente, en el cumplimiento de su misión, por el Señor y por la intervención materna de la Virgen María. Su respuesta fue tal, que la Iglesia lo ha propuesto oficialmente a los fieles como modelo de santidad. Cuando en la Pascua de 1934, al clausurar el Jubileo de la Redención, mi predecesor de inmortal memoria, Pío XI, lo incluía en el catálogo de los Santos, le tejió un elogio inolvidable.

Juanito, huérfano de padre en tierna edad, educado con profunda intuición humana y cristiana por su madre, recibe de la Providencia dones que lo hacen, desde sus primeros años, el amigo generoso y emprendedor de sus coetáneos. Su juventud presagia una misión educadora extraordinaria. De sacerdote, en un Turín que crece con fuerza, se pone en contacto directo con los jóvenes de las cárceles y con otras situaciones humanas dramáticas.

Dotado de una feliz intuición de la realidad y atento conocedor de la historia de la Iglesia, descubre en la enseñanza de tales situaciones y en la experiencia de otros apóstoles, —sobre todo San Felipe Neri y San Carlos Borromeo— la fórmula del "oratorio". Tal nombre le es singularmente querido: el oratorio va a caracterizar toda su obra; pero lo modela según una original perspectiva personal, adecuada al ambiente, a sus jóvenes y a cuanto necesitan. Como principal protector y modelo de sus colaboradores elige a San Francisco de Sales, el Santo del celo multiforme y de la bondad afable, demostrada sobre todo en la dulzura de trato.

4. La "obra de los oratorios" comienza en 1841 con una "sencilla catequesis" y se extiende progresivamente, para responder a situaciones y necesidades urgentes: residencia para alojar a quien no tiene casa, taller y escuela de artes y oficios para enseñar una profesión y capacitar para ganarse honradamente la vida, escuela humanística abierta al ideal vocacional, buena prensa, iniciativas y métodos recreativos propios de la época: teatro, banda de música, canto, excursiones...

La expresión: "me basta que seáis jóvenes para que os quiera con toda mi alma" [10] resume el sentir, y, más aún, la opción educadora fundamental del Santo: "Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" [11]. Y, en verdad, por ellos desarrolla una actividad impresionante con la palabra, los escritos, las instituciones, los viajes y los contactos con personalidades civiles y religiosas; por ellos, sobre todo, demuestra una atención solícita a sus personas, para que en su amor de padre los jóvenes puedan ver el signo de otro amor más excelso.

El dinamismo de su amor se hace universal, y lo impulsa a escuchar la voz de naciones lejanas —hasta las misiones de allende el océano—, y realizar una evangelización que nunca está separada de una auténtica labor de promoción humana.

Según los mismos criterios y con idéntico espíritu, procura hallar también solución para los problemas de la juventud femenina. El Señor suscita a su lado una cofundadora: Santa María Dominica Mazzarello con un grupo de jóvenes compañeras ya dedicadas, en el ámbito de su parroquia, a la formación cristiana de las muchachas. Su actitud pedagógica arrastra a otros colaboradores: hombres y mujeres "consagrados" con votos estables, "cooperadores", que tienen los mismos ideales pedagógicos y apostólicos, e implica a sus "antiguos alumnos", a quienes insta a testimoniar y promover la educación que han recibido.

5. Tal espíritu de iniciativa es fruto de una interioridad profunda. Su talla de santo lo pone, con originalidad, entre los grandes fundadores de institutos religiosos en la Iglesia. Brilla por muchos aspectos: inicia una verdadera escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostólica; promueve una devoción especial a María, Auxiliadora de los cristianos y Madre de la Iglesia: da testimonio de un leal y valiente sentido eclesial, demostrado en delicadas mediaciones en las entonces difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado; es apóstol realista y práctico, abierto a las aportaciones de los nuevos descubrimientos; es organizador celoso de misiones, con sensibilidad verdaderamente católica; es, de modo conspicuo, ejemplo de un amor de predilección a los jóvenes, en particular a los más necesitados, para bien de la Iglesia y de la sociedad; es maestro de una eficaz y genial praxis pedagógica, legada cual don preciado que hay que custodiar y desarrollar.

En esta Carta quiero considerar, sobre todo, que Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.

II. Mensaje profético de San Juan Bosco educador

6. La situación juvenil del mundo actual —al siglo de la muerte del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y Pastores, presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces como hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe afrontar.

No faltan hoy día, entre los jóvenes de todo el mundo, grupos auténticamente sensibles a los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en !a maduración de su personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas diversas. El educador atento debe saber captar la condición juvenil concreta e intervenir con competencia segura y sabiduría clarividente.

7. En ello debe sentirse apremiado, iluminado y sostenido por la incomparable tradición educadora de la Iglesia.

La Iglesia, "experta en humanidad", consciente de que es el pueblo cuyo padre y educador es Dios, según explícita enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32, 10-12; Os 11, 1-4; ls 1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3, 19),la Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales, que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos promotores de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia de la Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la educación de los pueblos. Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio Vaticano II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido de su divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" [12].

8. Hablando de la labor de los religiosos y haciendo ver su espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de venerable memoria, afirmaba que su apostolado "está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración" [13]. En cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó "sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.

La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.

Como es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez.

Conviene, por tanto, detenerse a reflexionar brevemente en lo que, por resonancia providencial de la Palabra de Dios, constituye uno de los aspectos más característicos de la pedagogía del Santo.

9. Hombre de actividad multiforme e incansable, Don Bosco ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que ya sus contemporáneos lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que dedicó a presentar su experiencia pedagógica [14], cobran pleno significado únicamente si se leen dentro de la larga y rica experiencia que adquirió viviendo en medio de los jóvenes.

Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'" [15]. Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión y amor" [16].

10. El término "razón" destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" [17].

Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría", "estudio", "piedad", "'cordura", "trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.

Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.

Por esto, evidentemente, supone hay la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad, el desarrollo, las necesidades ecológicas.

11. El segundo término —"religión"— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.

Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la educación" [18] son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.

Don Bosco es el sacerdote celoso que refiere siempre al fundamento revelado cuanto recibe, vive y da.

Este aspecto de trascendencia religiosa, base del método pedagógico de Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las culturas; puede también adaptarse provechosamente a las religiones no cristianas.

12. En fin, desde el punto de vista metodológico, el "amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es simple amor humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e implica disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.

El amor se traduce a dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión. Ello requiere estar verdaderamente a disposición de los jóvenes, profunda concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo. Es típica y sumamente iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me encuentro a gusto; mi vida es precisamente estar con vosotros" [19]. Con acertada intuición dice de modo explícito: Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados" [20].

El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo" [21].

En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes.

A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se realizan [22]. El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.

También hoy, aunque el contexto cultural diverso y hasta con jóvenes de religión no cristiana, tal característica constituye uno de los muchos aspectos válidos y originales de la pedagogía de Don Bosco.

13. Quiero, pues, hacer ver que tales criterios pedagógicos no se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo, amigo de los jóvenes, sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las culturas más diferentes en todas las partes de la tierra. Es cierto que su mensaje requiere aún ser profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y valentía, precisamente porque han cambiado los contextos socio-culturales, eclesiales y pastorales; convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros obtenidos en muchos campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del Concilio Vaticano II. No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la peculiaridad de su espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden valor, pues se inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.

San Juan Bosco es también actual por otro motivo: enseña a integrar los valores permanentes de la tradición con las soluciones nuevas, para afrontar con creatividad las demandas y los problemas emergentes: en estos nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro, poniendo una educación nueva, contemporáneamente creativa y fiel.

"Don Bosco retorna", dice un canto tradicional de la familia salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza de "una vuelta de Don Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco", para ser educadores capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a las mil necesidades de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las premisas para responder también a sus dificultades y a sus expectativas.

III. Necesidad urgente de la educación cristiana hoy

14. La Iglesia se reconoce directamente interpelada por la demanda de la educación, porque es ahí donde se trata del hombre y "el hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión" [23]. Lo cual supone, evidentemente, verdadero amor de predilección a la juventud.

Ir a los jóvenes: tal es la primera y fundamental urgencia de la educación. "El Señor me ha enviado para los jóvenes". En esta aserción de San Juan Bosco descubrimos su opción apostólica de fondo, cuyo término son los jóvenes pobres, los de extracción popular, los más expuestos al peligro.

Es útil recordar las palabras admirables que Don Bosco decía a sus jóvenes y que constituyen la síntesis genuina de su opción de fondo: "Comprended que cuanto soy, lo soy totalmente para vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento. No tengo más preocupación que vuestro aprovechamiento moral, intelectual y físico" [24]. "Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, para vosotros vivo y por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida" [25].

15. Juan Bosco llega a tan plena donación de sí mismo a los jóvenes, en medio de dificultades a veces extremas, gracias a una caridad singular e intensa, es decir, en virtud de una energía interior que une, de forma inseparable en él, amor a Dios y amor al prójimo. De esa manera logra una síntesis entre actividad evangelizadora y quehacer educador.

Su labor de evangelizar a los jóvenes no se limita a la catequesis, o a la liturgia, o a los actos religiosos que requieren ejercicio explícito de la fe y a ella conducen, sino que abarca todo el dilatado sector de la condición juvenil. Se coloca, pues, en el proceso de formación humana, consciente de las deficiencias, pero optimista en cuanto a la maduración progresiva y convencido de que la palabra del Evangelio debe sembrarse en la realidad del vivir cotidiano, a fin de lograr que los jóvenes se comprometan con generosidad en la vida. Dado que viven una edad peculiar para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio los deberá sostener a lo largo del proceso de su educación, y la fe habrá de convertirse en elemento unificador e iluminante de su personalidad.

De ahí se siguen algunas orientaciones. El educador debe poseer una sensibilidad especial por los valores y las instituciones culturales, adquiriendo un conocimiento profundo de las ciencias humanas. De ese modo la competencia lograda será instrumento útil para llevar adelante un programa de evangelización eficaz. En segundo lugar, el educador tiene que seguir un itinerario pedagógico específico, que simultáneamente considera la dinámica evolutiva de las facultades humanas y suscita en los jóvenes las condiciones para una respuesta libre y gradual.

Procurará también ordenar todo el proceso de la educación a la finalidad religiosa de la salvación. Todo ello supone bastante más que insertar, en el camino de la educación, algunos momentos reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural: lleva consigo la labor mucho más profunda de ayudar a que los educandos se abran a los valores absolutos e interpreten la vida y la historia desde la profundidad y las riquezas del misterio.

16. Así, pues, el educador debe tener percepción clara del fin último, ya que en el arte de la educación los objetivos desempeñan un papel determinante. Su visión incompleta o errónea, o bien su olvido, es causa de unilateralidad o desvío, además de ser signo de incompetencia.

"La civilización contemporánea intenta imponer al hombre —dije en la UNESCO— una serie de imperativos aparentes, que sus portavoces justifican recurriendo al principio del desarrollo y del progreso. Así, por ejemplo, en lugar del respeto a la vida, el 'imperativo' de desembarazarse de ella y destruirla; en lugar del amor, que es comunión responsable de personas, el 'imperativo' del máximo de placer sexual, al margen de todo sentido de responsabilidad; en lugar de la primacía de la verdad en las acciones, la 'primacía' del comportamiento de moda, de lo subjetivo y del éxito inmediato" [26].

En la Iglesia y en el mundo la visión de una educación completa, según aparece encarnada en Juan Bosco, es una pedagogía realista de la santidad. Hay que recuperar el verdadero concepto de "santidad", en cuanto elemento de la vida de todo creyente. La originalidad y audacia de la propuesta de una "santidad juvenil" es intrínseca al arte educador de este gran Santo que con razón puede definirse como "maestro de espiritualidad juvenil". Su secreto personal estuvo en no decepcionar las aspiraciones profundas de los jóvenes —necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría, de libertad, de futuro— y simultáneamente en llevarlos gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la "vida de gracia", es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más auténticos.

Tal educación exige hoy dotar a los jóvenes de una conciencia crítica, que sepa percibir los valores auténticos y desenmascarar las hegemonías ideológicas que, sirviéndose de los medios de comunicación social, subyugan la opinión pública y esclavizan las mentes.

17. La educación, que según el método de San Juan Bosco favorece una original interacción entre evangelización y promoción humana, exige al corazón y a la mente del educador atenciones precisas: adquirir sensibilidad pedagógica, adoptar una actitud simultáneamente paterna y materna, esforzarse por evaluar cuanto acaece en el crecimiento del individuo y del grupo, según un proyecto de formación que una, con inteligencia y vigor, finalidad de la educación y voluntad de buscar los medios más idóneos para ella.

En la sociedad moderna los educadores deben prestar atención particular a los contenidos educativos históricamente más señalados, de carácter humano y social, que mejor enlazan con la gracia y las exigencias del Evangelio.

Quizá nunca como hoy, educar ha sido un imperativo simultáneamente vital y social, que lleva consigo toma de posición y voluntad decidida de formar personalidades maduras. Quizá nunca como hoy, el mundo ha necesitado individuos, familias y comunidades que hagan de la educación su razón de ser y se entreguen a ella como a finalidad primera, dedicándole todas sus energías y buscando colaboración y ayuda, a fin de experimentar y renovar con creatividad y sentido de responsabilidad nuevos procesos de educación. Ser educador hoy comporta una auténtica opción de vida, que debe reconocer y ayudar a cuantos tienen autoridad en las comunidades eclesiales y civiles.

18. La experiencia y la sabiduría pedagógica de la Iglesia reconoce un extraordinario significado educador a la familia, a la escuela, al trabajo y a las diversas formas de asociación y grupo. Es éste un tiempo en el que hay que relanzar las instituciones educativas y apelar al insustituible papel educador de la familia, que tuve ocasión de delinear en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, pues continúa siendo determinante para el bien y, por desgracia, a veces también para el mal, la educación —o la falta de educación— familiar y, por otro lado, continúa siendo imprescindible formar a las nuevas generaciones para que asuman desde el ambiente familiar la responsabilidad de interpretar lo cotidiano según la enseñanza perenne del Evangelio, sin descuidar las exigencias de la renovación necesaria.

El puesto central de la familia en la educación es actualmente uno de los problemas sociales y morales más graves. "¿Qué hacer —recordé en la UNESCO— para que la educación del hombre se realice sobre todo en la familia...? Las causas del éxito o fracaso en la formación del hombre por su familia se sitúan siempre a la vez en el interior mismo, del núcleo fundamentalmente creativo de la cultura, que es la familia, y también a un nivel superior, el de la competencia del Estado y de los órganos" [27].

Al lado del papel educador de la familia hay que subrayar el de la escuela, capaz de abrir horizontes más dilatados y universales. Según la visión de Juan Bosco, la escuela, además de fomentar el desarrollo de la dimensión cultural, social y profesional de los jóvenes, debe proporcionarles una eficaz estructura de valores y principios morales. De no ser así, resultaría imposible vivir y actuar de modo coherente, positivo y honrado en una sociedad que se caracteriza por la tensión y las situaciones conflictivas.

Forma igualmente parte de la gran herencia educativa del Santo piamontés, su atención preferente al mundo del trabajo, para el que hay que preparar solícitamente a los jóvenes. Es algo de que hoy se siente gran necesidad, a pesar de las profundas transformaciones de la sociedad. Compartimos con Don Bosco su preocupación de dar a las nuevas generaciones adecuada competencia profesional y técnica, tal como han testimoniado meritoriamente, a lo largo de más de cien años, las escuelas de artes y oficios y los talleres dirigidos, con pericia digna de encomio, por los salesianos coadjutores. Compartimos su interés en favorecer una educación cada vez más incisiva en la responsabilidad social, basada en una mayor dignidad personal [28], a la que la fe cristiana no sólo da legitimidad, sino que además proporciona energías de potencia incalculable.

Por último, hay que señalar la importancia dada por el Santo a las formas de asociación y grupo, donde crecen y se desarrollan el dinamismo y la iniciativa juvenil. Animando múltiples actividades, creaba ambientes de vida, de buen empleo del tiempo libre, de apostolado, de estudio, de oración, de alegría, de juego y de cultura, en los que los jóvenes podían estar juntos y crecer. Los grandes cambios de nuestro tiempo respecto al siglo XIX no eximen al educador de revisar situaciones y condiciones de vida, y dar el espacio necesario al espíritu de creatividad típico de los jóvenes.

19. Si, por otra parte, consideramos las necesidades de la juventud actual y recordamos el mensaje profético de San Juan Bosco, amigo de los jóvenes, es imposible olvidar que por encima — mejor, dentro— de cualquier estructura de educación, son imprescindibles los típicos momentos educativos del coloquio y del trato personal: si se utilizan correctamente, son ocasiones de verdadera dirección espiritual. Es lo que hacía el Santo ejerciendo con eficacia particular el ministerio del sacramento de la reconciliación. En un mundo tan fragmentado y lleno de mensajes opuestos, es verdadero regalo pedagógico dar al joven la posibilidad de conocer y elaborar su proyecto de vida, en busca del tesoro de su vocación personal, del que depende todo el planteamiento de su vida. Sería incompleta la labor educadora de quien opinara que basta satisfacer las necesidades —obviamente legítimas— de la profesión, de la cultura y del honesto esparcimiento, y no propusiera dentro de ellos, como levadura, las metas que Cristo brindó al joven del Evangelio y por las que incluso midió el gozo de la vida eterna o el amargor de la posesión egoísta (cf. Mt 19, 21 s.).

El educador quiere y forma de verdad a los jóvenes, cuando les propone ideales de vida que los trasciende y acepta caminar con ellos en la fatigosa maduración cotidiana de su opción.

Conclusión

20. En esta memoria centenaria de San Juan Bosco, "padre y maestro de la juventud", es posible afirmar con convicción y seguridad que la divina Providencia os invita a todos, miembros de la gran familia salesiana, así como también a los padres de familia y educadores, a reconocer más y más la ineludible necesidad de formar a los jóvenes a asumir con nuevo entusiasmo sus obligaciones y a cumplirlas con la entrega iluminada y generosa del Santo. Con esta intensa preocupación que nace de la gravedad del problema, me dirijo especialmente, entre los educadores, a los presbíteros dedicados al ministerio pastoral: para ellos principalmente resulta un desafío la formación de los jóvenes. Estoy persuadido —y de ello son testimonio las reuniones que constantemente tengo con jóvenes durante mis viajes pastorales— de que se registran muchos afanes e iniciativas para dar a los jóvenes una educación cristiana integral; sin embargo, no hay que olvidar que sobre todo en nuestros días los jóvenes están expuestos a provocaciones y peligros que no se daban en otros tiempos: la droga, la violencia, el terrorismo, la degradación de muchos espectáculos televisivos y cinematográficos, la pornografía en los escritos y en las imágenes. Todo lo cual exige que, en la acción pastoral, tenga prioridad la atención a los jóvenes mediante métodos apropiados y con oportunas iniciativas. Las ideas e intuiciones de San Juan Bosco pueden sugerir a los sacerdotes adecuadas formas de actuación. La importancia de la cuestión exige que, tras maduro examen, se tome conciencia de ello, ya que sobre esto seremos juzgados por el Señor. Los jóvenes han de constituir la principal solicitud de los sacerdotes. De los jóvenes depende el futuro de la Iglesia y de la sociedad.

Conozco muy bien, beneméritos educadores, las dificultades que encontráis y los desengaños que a veces sufrís. No os desaniméis en el extraordinario camino de amor que es la educación. Que os conforte ver la inagotable paciencia de Dios en su pedagogía con la humanidad, ejercicio incesante de paternidad que se reveló en la misión de Cristo —Maestro y Pastor— y en la presencia del Espíritu Santo, enviado a transformar el mundo.

La oculta y poderosa eficacia del Espíritu se dirige a hacer que la humanidad madure según el modelo de Cristo. Es el animador del nacimiento del hombre nuevo y del mundo nuevo (cf. Rom 8, 4-5). Así vuestra labor de educar se presenta como ministerio de colaboración con Dios, que ciertamente será fecunda.

Vuestro y nuestro Santo solía decir que "la educación es cosa de corazón" [29] y que debemos "lograr que Dios entre en el corazón de los jóvenes, no sólo por la puerta de la Iglesia, sino también por la de la clase y el taller" [30]. Precisamente en el corazón del hombre es donde se hace presente el Espíritu de verdad, como consolador y transformador: penetra incesantemente en la historia del mundo por el corazón del hombre. Como escribí en la Encíclica Dominum et Vivificantem, también "el camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre"; más aún, ella "es el corazón de la humanidad": "con su corazón, que abarca todos los corazones humanos, pide 'justicia, paz y gozo en el Espíritu', en el que, según San Pablo, consiste el reino de Dios"[31]. Con vuestro trabajo, queridísimos educadores, estáis realizando un exquisito ejercicio de maternidad eclesial [32].

Tened siempre ante vuestros ojos a María Santísima, la más excelsa colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus inspiraciones y, por ello, hecha Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. María continúa siendo, por los siglos, "una presencia materna, como indican las palabras de Cristo pronunciadas en la cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre" [33].

Que vuestros ojos miren siempre a la Santísima Virgen; escuchadla cuando dice: "Haced lo que os diga Jesús" (Jn 2, 5). Rezadle también, instándola a diario para que el Señor suscite constantemente almas generosas, que sepan decir que sí a la llamada vocacional.

A Ella os encomiendo y, con vosotros, encomiendo también a todo el mundo de los jóvenes, para que atraídos, animados y dirigidos por Ella, puedan conseguir, gracias a la mediación de vuestra labor educadora, la talla de hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo, Maestro y Señor.

Nuestra bendición apostólica, prenda y anuncio de los bienes celestiales, así como testimonio de nuestra caridad, te conforte a ti y ayude y proteja a todos los miembros de la gran familia salesiana.

Roma, junto a San Pedro, 31 de enero, memoria de San Juan Bosco de 1988, año X de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II


Notas
[1] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 4.
[2] Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[3] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 20: AAS 68, 1976, pág. 19.
[4] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 12: AAS 72, 1980, pág. 743.
[5] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13; l. c., pág 743.
[6] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 11; l. c., pág. 742.
[7] Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo Parati semper, 31 de marzo de 1985: AAS 77, 1985, págs. 579-628.
[8] Pío XI, cartas Decretales Geminata laetitia, 1 de abril de 1934: AAS 27, 1935, pág. 285.
[9] Cf. Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de marzo de 1987, 12-19: AAS 79, 1987, págs. 374-384.
[10] Il Giovane provveduto, Turín 1847, pág. 7.
[11] Memorias Biográficas de San Juan Bosco, vol. XVIII. Turín 1937, pág. 258.
[12] Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[13] Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 69: AAS 68. 1976, pág. 59.
[14] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 192 ss.
[15] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 194-195.
[16] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di S. Francesco di Sales”, Turín 1877, in Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 166.
[17] Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 13. 14: AAS 71, 1979, págs. 282. 284-285.
[18] Cf. Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 168.
[19] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. IV, S. Benigno Canavese 1904, pág. 654.
[20] Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 294.
[21] Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 296.
[22] Acerca de la relación entre esparcimiento y educación según el pensamiento y la praxis de Juan Bosco, todos saben que los oratorios salesianos se distinguen por el gran espacio de tiempo reservado al deporte, teatro, música y a todo género de iniciativas de recreo sano y formativo.
[23] Cf. Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 14: AAS 71, 1979, págs. 284-285.
[24] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VII, Turín 1909, pág. 503.
[25] Ruffino Domenico, Cronache dell' Oratorio di S. Francesco di Sales, Roma, Archivo salesiano central, cuad. 5, pág. 10.
[26] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, pág. 744.
[27] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, págs. 742-743.
[28] Cf. Carta encíclica Laborem excersens, 14 de setiembre de 1981, 6: AAS 73, 1981, págs 589-592.
[29] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol XVI, Turín 1935, pág 447.
[30] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VI, S. Benigno Canavese 1907, págs, 815-816.
[31] Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, 18 de mayo de 1986, 67: AAS 78, 1986 págs. 898. 900.
[32] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, 3.
[33] Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de mayo de 1987, 24: AAS 79, 1987, pág. 393.

Don Bosco decía...

Hagan pronto muchas obras buenas en favor del prójimo, porque a la mejor les puede faltar tiempo. Al fin de la vida se recoge el fruto de las buenas obras. Con las obras de caridad hacia los necesitados nos cerramos las puertas del infierno y se nos abren las puertas del cielo.(MB XVIII, 509)

Mártires salesianos




Un salesiano de 91 años
habla sobre sus compañeros martirizados
Fuente: Alfa y Omega

Dios escogió a algunos de entre nosotros...
Cuando empezó la Guerra, yo tenía 20 años y estaba preparando tercer curso de Filosofía en el Seminario salesiano de Mohernando, a veinte kilómetros de Guadalajara.

Anteriormente, me había pillado en Madrid la quema de conventos. De los cuatro que terminamos el noviciado, dos irán a los altares en la próxima beatificación de mártires españoles en Roma; y de los 63 salesianos a los que beatificarán, yo conocía a unos treinta.

Tras estallar la Guerra, nos echaron del Seminario y estuvimos tres días escondidos. Después nos llevaron a los 90 jóvenes salesianos que éramos a Guadalajara. Delante del Gobierno Civil nos tuvieron tres horas en la calle, mientras la gente que pasaba nos insultaba y blasfemaba delante de nosotros. De allí nos mandaron de nuevo al Noviciado para que nos sirviera de cárcel, porque en Guadalajara no había espacio suficiente para nosotros en la cárcel. A la vuelta, Dios escogió a uno de entre nosotros, sacerdote, y le llevaron aparte porque le encontraron un crucifijo entre la ropa. Tiraron el crucifijo al suelo y le obligaron a pisarlo. Él no quiso, y allí, entre unos rastrojos, lo fusilaron. Se llamaba Andrés Jiménez.

Ya en Mohernando de nuevo, un día vinieron los rojos mientras estábamos comiendo. Leyeron una lista de seis nombres, los seis compañeros nuestros que aquel año les tocaba entrar en quintas para hacer el servicio militar. Se los llevaron delante de todos nosotros, y entonces el director, Miguel Lasaga, salió adonde estaba el camión y pidió acompañarles. Sube, le dijeron. Los llevaron a todos a la cárcel de Guadalajara, y allí los tuvieron hasta el 6 de diciembre de 1936, cuando la cárcel fue asaltada por una multitud, enardecida tras un bombardeo nacional, y allí mataron a cientos de personas, entre otros a estos siete salesianos.

Al resto nos mandaron, al cabo de un tiempo, a la cárcel de Madrid. Curiosamente, el jefe de la milicia que nos llevaba fue, de niño, alumno de nuestro Provincial, que estaba en ese momento con nosotros. Entonces le reconoció y se ofreció a ayudarnos en lo que pudiera, y evitó que sus compañeros nos lincharan.

Nos llevaron a la cárcel de Ventas y nos fueron juzgando en los llamados tribunales populares. Un compañero que estaba enfermo y necesitaba medicinas, al no tenerlas, murió allí mismo, y él también está entre los salesianos a los que beatificarán el 28 de octubre en Roma. En el juicio nos preguntaban nuestros nombres, de dónde éramos, y si estábamos dispuestos a defender la República con las armas. De ahí salíamos como podíamos, y como la situación no era tan grave como en los meses anteriores, nos dejaban libres para incorporarnos a filas.

Yo pude refugiarme en la embajada de Rumanía hasta que acabó la Guerra. Tengo que decir que, en la cárcel, nuestra actitud era martirial. Discutíamos qué hacer en caso de que vinieran a por nosotros, y todos decíamos que, si eso llegara a ocurrir, moriríamos diciendo Viva Cristo Rey.

Emilio Alonso, S.D.B.

Domingo Savio


Mensaje del Rector Mayor
con ocasión del 150 aniversario
de la muerte de Santo Domingo Savio

Queridos Hermanos Salesianos
Queridos Hermanos y Hermanas de la Familia Salesiana ,
Queridos Jóvenes:

Deseo dirigir a todos vosotros un mensaje particular en este día, en el cual recordamos el 150º aniversario de la muerte de Domingo Savio. El representa para todos nosotros uno de los frutos más bellos de la Espiritualidad Salesiana. Por lo tanto, es con gozo que lo queremos recordar e invocar en esta especial circunstancia.

Rebozamos aún de gratitud por cuanto el Señor nos ha hecho vivir en el año 2004, cuando celebramos el 50° aniversario de su Canonización. El peregrinaje de sus reliquias por Italia, España y el Líbano ha sido una ocasión de reflexión profunda sobre el llamado a la santidad, sobre la riqueza de la Espiritualidad Salesiana , sobre la importancia de una educación que pretende el crecimiento integral de nuestros jóvenes.

Hoy nuestro reconocimiento al Señor se renueva en la oración contemplando todo lo que Él ha querido realizar en la breve vida de este joven y gran santo, y empeñándonos en ser educadores según el corazón de Don Bosco, y, por lo tanto, capaces de acompañar el camino de vida y de santidad de nuestros jóvenes.

Escribo por tanto a vosotros, queridos salesianos:
Nos encontramos en el umbral de un nuevo Capítulo General, en el cual apuntamos a renovar dentro de nosotros el programa espiritual de Don Bosco: Da mihi animas cetera tolle. Se trata de palabras que queremos revivir e interiorizar y que nos indican la urgencia de hacer una entrega total de nosotros mismos al Señor y a la misión que nos ha confiado. Ofreciendo todas nuestras energías, invirtiendo todos nuestros recursos, liberando toda nuestra creatividad, seremos como Don Bosco hombres capaces de dar vida, sobre todo “la vida de Dios”.

Se trata de la plenitud de vita que hace que nuestros chicos y jóvenes sean capaces no solamente de vivir un crecimiento armónico en todas las dimensiones humanas, sino también de comprometerse, abiertamente y con gozo, a vivir en plenitud los valores evangélicos que iluminan y que vuelven fuerte cada experiencia humana.

Domingo, guiado por Don Bosco, se hizo santo cultivando una fuerte amistad con el Señor Jesús y con María, dando valor a su empeño en el deber cotidiano como respuesta a la voluntad de Dios, sirviendo a los compañeros con gran dedicación y con una caridad capaz de fomentar la dicha y la cohesión en el bien.

Para nosotros, mis estimados, esta fecha es como una nueva “llamada vocacional”. Ser para los jóvenes lo que Don Bosco fue para Domingo Savio. Guías capaces de conducir hacia las metas más elevadas, hacia la plenitud de la vida, hacia la dicha y la santidad.

Escribo a vosotros, hermanas y hermanos de la Familia Salesiana , consagrados y laicos:
El gran patrimonio común de todos nosotros es Don Bosco. Él es “la gran raíz” de nuestro Carisma Salesiano. En él ha tenido origen «un vasto movimiento de personas, que, en diversos modos, trabajan por la salvación de la juventud» (Const. sdb art. 5). La modalidad apostólica que unifica nuestra misión es el compromiso por la educación.
Hoy, el desafío de la educación, se ha hecho siempre más fuerte y exigente. A decir del perpetuarse de situaciones de grave necesidad y pobreza en los países en vías de desarrollo; a decir de las terribles condiciones sociales de grandes masas de chicos y jóvenes que viven abandonados en las orillas de ricas metrópolis; a decir de la pobreza espiritual de millones de jóvenes que, no obstante habitan en un contexto de bienestar, viven desorientados desde el punto de vista espiritual y moral, nosotros no podemos permancer insensibles. “Al desembarcar, Jesús vio toda aquella gente, y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor…” (Mc 6, 34).

Contemplemos a estos jóvenes con los ojos de Jesús y con los ojos de Don Bosco y acojamos su grito de auxilio. Estamos llamados a trabajar con mayor empeño en favor de la educación. Estamos llamados a “trabajar juntos”, a reencontrar con espíritu de actualidad y nueva vitalidad aquel gran “instrumento educativo” que Don Bosco ha legado a todos nosotros, el “Sistema Preventivo”. Son elementos simples, esenciales, que Don Bosco mismo ha encarnado en su vida y que le han permitido formar una generación de Santos entre sus chicos.

Estimadas/os, el recuerdo de Domingo Savio reviva en vosotros el compromiso de educadoras y de educadores que trabajan “juntos” por un común proyecto apostólico. «Frente a las viejas y nuevas demandas de los jóvenes, estad siempre listos a dar respuesta, sin incertidumbres y dilaciones. Proponedles un programa de vida como hiciera Don Bosco con Domingo Savio. Ayudad a los chicos y jóvenes a asumir la vida como un don y a vivirla en libertad verdadera y en modo gozoso. Decidles que la fuerza y la garantía de su crecimiento es la amistad con Jesús...es hacer experiencia de Dios. Y, finalmente, educadles a abrirse a la responsabilidad, al servicio, a la solidaridad, a la caridad».[1]

Escribo a vosotros chicos y jóvenes:
Vosotros habéis sido siempre la gran pasión de Don Bosco. Por vosotros él se consumió hasta el último respiro. Vosotros estáis, hoy más que nunca, en mi corazón y sois “el motivo vital” de cuantos han optado por comprometerse en la misión salesiana. Escribo a vosotros porque conozco “vuestra hambre” de propuestas verdaderas. Escribo a vosotros porque conozco “vuestra sed” de dicha profunda. En este día en el que recordamos el 150º aniversario de la muerte de Domingo Savio os invito a mirar a este joven que con su vida quiso ser un modelo verdadero para todos vosotros. Él os hace partícipes de sus secretos.

El primero es el de ser capaces de tener grandes ideales. Sobre todo, dejaos contagiar por el deseo de una vida cristiana de alta calidad. Esto significa considerar abiertamente en vuestro proyecto de vida el objetivo y la voluntad de ser “santos”. Este fue el grande deseo de Domingo Savio; que ello sea también un deseo cultivado en el corazón de cada uno de vosotros.

El segundo secreto que Domingo os enseña es: que nuestra vida cristiana es continuamente “sanada y renovada” por el Sacramento de la Reconciliación y que uno se hace fuerte nutriéndose del “Pan de la Vida ” en la Eucaristía. A pesar de toda dificultad, podemos ser fuertes viviendo una verdadera relación de amistad con el Señor Jesús, a través de la experiencia sacramental. En este camino de vida cristiana, María, como Inmaculada, está a nuestro lado para señalarnos la belleza de aquello que es bueno, justo, puro, amable, digno de alabanza, y, como Auxiliadora, nos sostiene y proteje de las dificultades del camino.

El tercer secreto es el de donar, ya desde ahora, nuestra vida a los demás. Ser verdaderos “luchadores del bien”, comprometidos en el servicio, portadores de esperanza y de dicha. Siempre dispuestos a todo para hacer crecer el bien y combatir el mal, tal y como hizo Domingo Savio. ¿Seréis capaces de todo esto? Estoy seguro que sí, pero con una condición: que sepáis elegir un guía que acompañe vuestro camino. Mis muy queridos/as, ¡elegid “vuesto Don Bosco”![2] así es como hizo Domingo y por lo que su vida ha dado los frutos abundantes que todos conocemos. Yo, por mi parte, como sucesor de Don Bosco, estoy cercano a vosotros, os animo y os recuerdo a diario en la oración.

Termino, queridos todos, invitandoos aún a ser agradecidos con el Señor que, en Domingo Savio, nos ha donado un espléndido ejemplo de que la santidad es una vocación universal, un camino posible para los jóvenes, un don para hacer crecer y madurar por medio del acompañamiento de personas profúndamente espirituales, permeadas por la pasión educativa de nuestro querido padre, Don Bosco.

Para todos vosotros, en este día de gracia, mi afecto y mi oración.
Asunción - Paraguay, 9 de marzo de 2007
Don Pascual Chavez V., Rector Mayor


[1] Extracto de la homilía del Cardenal Tettamanzi, con ocasión del 50° aniversario de la canonización de Santo Domingo Savio, en la celebración eucarística en la catedral de Milán, en presencia de la urna del Santo, el 9 de marzo de 2004.
[2] Cfr. Ibidem

Quiero llegar



Quiero llegar hasta tus pies benditos
para implorar sobre mi vida entera
la bendición que ampare mi alegría,
¡Auxiliadora, Madre mía!


Por tí viví los años de inocencia,
porque aprendí de labios de mi madre
a invocar tu nombre cada día.
¡Auxiliadora, Madre mía!


Tuya será mi juventud inquieta,
frágil barquilla en borrascosos mares,
porque serás su brújula y su guía.
¡Auxiliadora, Madre mía!


Y hasta el postrer momento de mi vida
ruego que ayudes con materna mano
al pecador que sólo en tí confía.
¡Auxiliadora, Madre mía!