por Javier Leoz
Ante ti, oh cruz,
aprendo lo que el mundo me esconde:
que la vida, sin sacrificio, no tiene valor
y que la sabiduría, sin tu ciencia, es incompleta.
Eres, oh cruz, un libro
en el que siempre se encuentra una sólida respuesta.
Eres fortaleza
que invita a seguir adelante;
a sacar pecho ante situaciones inciertas;
y a ofrecer el hombro y el rostro
por una humanidad mendiga y necesitada de amor.
Ahí te vemos, oh Cristo,
abierto en tu costado
y derramando, hasta el último instante,
sangre de tu sangre hasta la última gota
para que nunca a este mundo que vivimos
nos falte una transfusión de tu gracia,
un hálito de tu ternura,
de tu presencia,
una palabra que nos incite
a levantar nuestra cabeza hacia lo alto.
En ti, oh cruz,
contemplamos la humildad en extremo;
la obediencia y el silencio confiado
la fortaleza y la paciencia del Siervo doliente;
la comprensión de Aquel que es incomprendido;
el perdón de Aquel que es ajusticiado.
En ti, oh cruz,
el misterio es iluminado
aunque, en ti,
Jesús siga siendo un misterio.
Amén
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