Don Bosco y el Tibidabo


por el Dr. Ramón Alberdi, sdb

Conferencia pronunciada en la Balmesiana
con motivo de las Jornadas del Centenario
de la Primera Piedra del Templo del Tibidabo
Barcelona, 13 de noviembre de 2002


Señoras y señores, amigos todos del Tibidabo:

El tema que se me ha pedido lleva por título Don Bosco y el Tibidabo. Y tendrá la forma de una lección; es decir, una vez redactado, será leído. Será una lectio académica. Pero procuraremos que sea una lectio brevis, una lección más o menos breve. Las tres secuencias que propongo a vuestra consideración señalan los hitos más importantes del discurso histórico.

Porque se trata de esto: de hacer una historia; y no otra cosa. Como sabéis muy bien, el conocimiento de la historia se construye con los documentos. Por eso, alguna que otra vez, me detendré en aducir la documentación.

El objetivo del presente estudio no es otro que el de conocer un poco más la historia de nuestra ciudad de Barcelona, a través de esa página que se refiere a la dimensión religiosa de la cumbre del Tibidabo.

Y ya que estamos acostumbrados a leer los libros y las revistas de historia con el adjunto aparato ilustrativo -fotografías, dibujos, cuadros estadísticos-, le he pedido al técnico que, a ser posible, ilustre la lectura de estos folios con alguna fotografía. Tratará de hacerlo con orden y discreción.

Y, sin más preámbulos, comencemos por la primera secuencia.


Secuencia Primera

BENDICIÓN Y COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA

A comienzos del mes de diciembre de 1902, los salesianos de Sarriá y de Barcelona estaban organizando todo para proceder a la bendición y colocación de la primera piedra del templo que hoy vemos levantado en la cumbre más alta de la sierra de Collcerola, y lleva el nombre de Tibidabo. La llamaron así -con evidentes resonancias bíblicas- unos monjes jerónimos que vivían a su vera, más abajo, en la explanada ocupada actualmente por una gasolinera, no lejos del punto conocido por revolt de la paella, junto a la carreta que, desde el barrio de Penitents de Barcelona, conduce a San Cugat del Vallès.

Aquellos salesianos habían invitado a la fiesta a varios obispos de Cataluña y a muchas asociaciones católicas barcelonesas.

Ente los prelados, la figura más importante era la del cardenal Salvador Casañas y Pagès, quien, desde el año anterior, 1901, ejercía de obispo en su ciudad natal, Barcelona. Había estudiado y actuado en la misma ciudad como profesor del seminario, rector de la iglesia parroquial de Santa Maria del Pi y canónigo de la catedral. En 1879 le nombraron obispo de Seu d´Urgell. En su ministerio sacerdotal y público, siempre se había distinguido por su espíritu religioso y patriótico, caritativo y social. Por lo que, en 1895, el papa León XIII (1878-1903) le había creado cardenal.

Así es que aceptó con mucho gusto la invitación que le dirigían los salesianos. Él mismo fijó la fecha: el domingo 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes. Además, en ese día, la diócesis de Barcelona concluiría las celebraciones del Jubileo Pontificio de León XIII. Según el deseo del cardenal-obispo había que dar al acontecimiento la mayor solemnidad posible.

Unos días antes, se había publicado una Alocución que dirigía el prelado a los católicos barceloneses. La había preparado un destacado Cooperador Salesiano, don Cayetano Pareja Novelles, a la sazón Presidente del Centro Moral Instructivo de Gracia.

En ella, entre otras cosas, el obispo decía: "Santificar la montaña del Tibidabo -que, según la frase del poeta Verdaguer en su Oda a Barcelona, és la superba acropolis que vetlla la Ciutat- dedicándola al Adorable Corazón de Jesús es, sin duda, la mejor reparación que puede ofrecerse a Dios por parte de Barcelona (...) y, al mismo tiempo, la obra más simpática que puede proponerse a la piedad de los fieles". Imaginándose la cumbre ya coronada con el Templo, el cardenal Casañas no se cansa en enaltecer su futuro significado: "Faro que ilumine las inteligencias", "Imán que atraiga las voluntades", "Mediador entre Dios y los hombres", "Volcán de caridad", y "eficacísimo Pararrayos", que, "desarmando los de la divina Justicia -irritada por nuestros pecados-, los convierta en centellas de misericordia, que conmuevan y enciendan en su amor a todos los hombres."

Tal es la visión teológica y el lenguaje religioso en los cuales venía envuelto el nacimiento de la nueva iglesia. Conviene tenerlo en cuenta para poder profundizar un poco en la presente historia. Y no creáis que, por su parte, pensaban y sentían de otra manera diferente los promotores de la construcción del Templo de la Sagrada Familia, en el barrio del Poblet.

La proclama del cardenal-obispo atrajo muchas adhesiones: de la Provincia Salesiana Tarraconense -con sede en Barcelona-, del Cabildo Catedral, del Cabildo de los Párrocos, de la parroquia de Sant Vicenç de Sarrià.

Pero, sobre todo, tuvo el apoyo de numerosas asociaciones católicas. Allí estaban, por ejemplo, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración, la Asociación de Católicos, la Pía Unión de San Miguel Arcángel, la Real Archicofradía de la Guardia y Oración del Santísimo Sacramento, los Centros Morales de Gracia y de San Francisco de Paula, el Círculo Barcelonés de Obreros de San José, la Asociación Reparadora de Pío IX, el Patronato Obrero de San José, la Academia Calasancia, la Sociedad Médico Farmacéutica de los Santos Cosme y Damián, el Círcol Artistich de San Lluc, la Congregación de la Inmaculada y San Luis Gonzaga, la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, la Academia de la Verge de Montserrat, la Federación de Cooperativas Católicas, el Centro de Nuestra Señora del Carmen y San Pedro Claver, el Centro de Nuestra Señora de Montserrat (Barceloneta), el Centro de San Pedro Apóstol, las Conferencias de Nuestra Señora de Belén, la Academia de los Santos Justo y Pastor, el Centro Angélico de Hostafranchs, el Centro Católico de Sants, el Instituto de San José (Sarriá), la Juventud Católica de San Andrés de Palomar. Y, en fin, no podían estar ausentes las Juntas de los Cooperadores y Cooperadoras de los Salesianos...

He querido nombrar todas estas agrupaciones para remarcar bien los dos extremos: primero, que, según veremos, la idea de levantar un templo o santuario dedicado al Corazón de Jesús en la cumbre del Tibidabo surgió de su seno -piadoso y caritativo-; y, segundo, que ese mismo tejido asociativo le prestó, según estamos comprobando, el calor y el apoyo que necesitaba para abrirse a la luz del día.

Antes de proseguir adelante, observemos que las fuerzas que dieron vida al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia procedían también de una fuente análoga: es decir, de aquella piadosa Asociación Josefina que lideraba Josep Maria Bocabella y Verdaguer (+1892) (Incluso, el arquitecto del templo, Anton Gaudí y Cornet, era amiguísimo de estas agrupaciones, y se prestaba con gusto a diseñar los estandarte y las banderas que usaban). La primera piedra de esta iglesia la bendijo el obispo José María Urquinaona y Bidot, el 19 de marzo 1882; la de la iglesia del Tibidabo, la bendecía, como estamos explicando, el cardenal Casañas, justamente 20 años más tarde, el domingo 28 de diciembre de 1902.

Amaneció un día muy hermoso: un tiempo sereno, el sol claro y brillante, el cielo azul. Desde las primeras horas de la mañana, fueron llegando centenares de personas. Unos, por el funicular -que, como es sabido, prestaba sus servicios desde el mes de octubre del año anterior, 1901-; otros, por la carretera, y otros, en fin, por los caminos y veredas que afluyen a la cumbre. “A las diez -precisa un testigo- era tan grande el gentío allí congregado, que con dificultad podía transitarse por las inmediaciones de la estación del funicular”.

Una hora más tarde, llegaron el señor cardenal-obispo de Barcelona, el obispo de Lleida -monseñor Josep Messeguer y Costa- y el de Solsona -monseñor Joan Benlloch y Vivó-. Sonaron los acordes de la marcha real, se dispararon morteretes y una sección de la Guardia Civil rindió los honores de ordenanza.

Después de la misa, se procedió a la bendición de la primera piedra. El cardenal-obispo cumplió todos lo pormenores de un rito solemne. Revestido con los ornamentos litúrgicos, se arrodilló junto a la piedra -la cual pendía de una máquina sobre un profundo hoyo, situado muy cerca de la actual capilla externa-. Y, después de recitar las preces rituales, la bendijo. El público comenzó entonces el rezo de las Letanías de los Santos. A continuación, los clérigos asistentes, precedidos por los tres obispos y con la cruz alzada, recorrieron, entre cánticos religiosos, el perímetro que debía ocupar la nueva iglesia. Al final, bajaron la piedra, dentro de la cual, en un tubo de cristal esmerilado, fueron colocadas varias medallas, monedas y periódicos de la localidad. Entonces, el Cardenal echó una paleta de mortero sobre la piedra, e hicieron lo propio los obispos de Lérida y de Solsona, y también otros señores. Al final se levantó el acta oficial del acontecimiento.

Indudablemente, resultó una jornada de grato recuerdo para todos. Los periódicos publicaron las reseñas de ocasión (Correo Catalán, Diario de Barcelona, Diario Catalán). El Boletín Salesiano (febrero 1902, 53) se hizo eco de las ideas que flotaban en el ambiente: Con la fe y la ayuda de los barceloneses, el futuro templo, coronado con la imagen del Corazón de Jesús, sería "una fortaleza de paz y religión", "trono del Redentor", lugar desde donde vigila sobre la ciudad "el Santo Centinela", una "acrópolis cristiana", la "nueva Sión".

Ante el éxito de la jornada, los salesianos se sentían también felices. Aunque no del todo. Les hubiera gustado contar con la presencia personal del Rector Mayor -don Miguel Rua-, o, al menos, con la de su vicario -don Felipe Rinaldi-. Éste había sido superior de la Casa Salesiana de Sarriá por espacio de tres años (1889-1992), y durante nueve, inspector o superior provincial de todos los centros salesianos de la Península Ibérica (1992-1901).

Ambos habían recibido la invitación del padre provincial, don Antonio Aime Ghibaudi, quien deseaba vivamente su asistencia para dar relieve a la jornada del 28 de diciembre. En el pensamiento del padre Provincial, aquel día iba a ser “un nuovo miracolo del nostro Padre Don Bosco” (Carta desde Barcelona-Sarriá a Turín, 16 de diciembre de 1902). Pero -como decimos- no pudo ser. Ambos habían presentado sus excusas... Y enviaron como delegado suyo a un misionero, don Domingo Milanesio, ya entonces muy conocido por sus andanzas apostólicas en tierras de Patagonia, pero desconocido en Barcelona y en España.

Y, sin embargo, la jornada del 28 de diciembre de 1902 representaba efectivamente un “nuevo milagro” de Don Bosco en la tortuosa historia de la propiedad de la cima del Tibidabo. Lo veremos en la secuencia tercera.


Secuencia Segunda


DON BOSCO CONSTRUYE EN ROMA UNA IGLESIA
DEDICADA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Cuando los dueños de la cumbre del Tibidabo le regalaron al Fundador de los Salesianos, San Juan Bosco, las dos hectáreas de su propiedad, lo hicieron, por escrito, con las palabras siguientes:
“Los infrascritos, propietarios de la cúspide de la montaña denominada Tibi-dabo, siguiendo el ejemplo de Nuestro Santísimo Padre León XIII, quien confió a Vuestra Reverencia el honroso encargo de edificar en la Ciudad Eterna un templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, os ofrecen, postrados a los pies de la Santísima Virgen de las Mercedes, Patrona de esta Ciudad y Diócesis, la cumbre del Tibi-dabo, para que os sirváis, así mismo, levantar en ella una ermita que, consagrada al Sacratísimo Corazón de Jesús, detenga el Brazo de la Justicia Divina y atraiga las Divinas Misericordias sobre nuestra querida Ciudad y sobre toda la Católica España. Recibid, Reverendísimo Padre, nuestra oferta y dignaos confortarnos con vuestra santa Bendición. Barcelona, en el presbiterio de la parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes, día cinco de Mayo de 1886”.

El pergamino -en papel vegetal, artísticamente iluminado por E. Gafel, y que, con las firmas auténticas de los donantes, se puso en manos de Don Bosco- se encuentra en el Archivo Central Salesiano de Roma.

Se trata de un documento de primer orden para conocer, primero, la finalidad que perseguían los oferentes: no piden mucho, ya que se conforman con una “ermita”, que, por definición, es de unas dimensiones reducidas. Luego surgió el proyecto de un templo o de una grande iglesia. Sin duda, el Arquitecto Enrique Sagnier y Villavecchia -en su tiempo uno de los mejores arquitectos de Barcelona y el de mayor actividad constructora (+1931)-, necesitaba un escenario amplio y refinado.


Tampoco el señor Bocabella y los suyos pedían nada extraordinario en el llano de Barcelona: una iglesia similar al santuario mariano de Loreto (Italia). Pero aquí también se complicaron las cosas por diversas razones. Entre otras, presionaba el genio artístico de Gaudí, su catalanismo regeneracionista y, en fin, su pasión religiosa -netamente cristiana-. Si Gaudí quiso hacer de la Sagrada Familia su obra emblemática, no de otro modo se comportaba -especialmente en los últimos años de su vida profesional- el arquitecto Sagnier, primer marqués de Sagnier (Título Pontificio).

(Hace pocas semanas, un autor llamaba al templo de la Sagrada Familia "catedral faraónica". Cf La Vanguardia, domingo 27 de octubre 2002).

Pero la pieza documental que acabamos de aducir nos sirve, sobre todo, para conocer la mentalidad religiosa de los donantes: es una mentalidad profundamente mariana; políticamente, es conservadora -sueña en la España Imperial, católica, donde la unión de Iglesia y Estado forma la razón de la patria-; es un tanto tremebunda -catastrofista, diríamos en lenguaje moderno-; y es francamente papal: los donantes, en efecto, quieren seguir "el ejemplo de Nuestro Santísimo Padre León XIII, que confió a Vuestra Reverencia el honroso encargo de edificar en la Ciudad Eterna un templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús".

Esta misma mentalidad religioso-política anidaba también entre los devotos josefinos del señor Bocabella: les dominaba la conciencia de pecado, del castigo inminente por los extravíos del liberalismo, el miedo a la represión divina... Por eso, insistían en la ascética de la expiación, de la reparación, del sacrificio... La espiritualidad cristiana de Antón Gaudí se movía también un poco dentro de estos parámetros...


Ahora conviene que nos fijemos en la historia de esa iglesia cuya construcción -según se dice-confió a Don Bosco el papa León XIII.

Dos fueron las iglesias más importantes construidas por Don Bosco y que, después de unos años, llegaron a ostentar la dignidad basilical ( Solamente la Sante Sede otorga a un lugar sagrado el título de basílica). La primera, la basílica de María Auxiliadora, en Turín, abierta al culto público en junio de 1868; la segunda, la del Sagrado Corazón de Jesús en Roma, consagrada en mayo de 1887. Aquélla nació de los fervores marianos del corazón de Don Bosco; ésta, en cambio, le salió al encuentro desde el exterior.

En 1875, Don Bosco, con estilo de gran fundador, había conseguido extender su Obra más allá de las fronteras de Italia -a Francia, a Argentina-. Pero, cinco años más tarde, aún no había logrado implantar su Congregación en la ciudad de Roma, la cual, además de ser la capital espiritual del mundo católico, ostentaba también, de hecho, desde 1870, la capitalidad del nuevo reino de Italia. Pero Don Bosco no tenía allí ni una sola casa.

Lo cual le obligaba a tenerse que hospedar en casa de otros siempre que iba a Roma para tratar los asuntos de su Congregación, o bien tener una audiencia particular con el Papa en el Vaticano. Esto le resultaba molesto. Su talla de auténtico fundador le pedía que debía establecer la Obra Salesiana en la Ciudad Eterna, por la gran resonancia propagandística que ello reportaría a la misma. Lo intentaba desde hacía unos doce años... Pero inútilmente.

En marzo de 1880 viajó a Roma. Entre otras cosas, buscaba una audiencia personal de parte de León XIII, quien, un par de años antes, había sucedido en el trono pontificio a Pío IX (1846-1878).

El día 24 fue a visitar al Cardenal-Vicario de Roma, la máxima autoridad eclesiástica después del Papa, que era el obispo. El cardenal llevaba un nombre de alta alcurnia: Monaco La Velletta. Andaba preocupado, porque, ya en tiempos del pontífice anterior, había iniciado la construcción de una gran iglesia dedicada al Corazón de Jesús, en el barrio popular de Castro Pretorio (en la vieja colina del Esquilino), pero las paredes apenas se levantaban del suelo... Por una parte, sentía la conveniencia y la necesidad de que la diócesis del Papa tuviera un templo así -ya que esta devoción se iba extendiendo por doquier-; pero, por otra parte, las obras estaban totalmente paralizadas. ¿Motivo? No había dinero. Se lo contó, como de pasada, a su interlocutor. Don Bosco calló y se puso a pensar.

A los cuatro días, estaba otra vez con el cardenal. Hablaron. Y, en consecuencia, el prelado le confiaba la continuación de las obras de la iglesia. Don Bosco se atrevió a poner dos condiciones: primera, la iglesia en cuestión tendría aneja una casa salesiana de beneficencia; y, segunda, tanto la iglesia como la casa se levantarían en memoria del Pontífice difunto Pío IX, quien había sido un gran amigo y protector de los salesianos. El cardenal no tuvo inconveniente en aceptar lo que se le pedía.


Don Bosco fue recibido en audiencia por el papa León XIII el 5 de abril. Según parece, no sacó para nada el tema de la construcción de la iglesia. Antes, quería tener los cabos bien atados. Los tuvo cinco días después.

Efectivamente, con fecha 10 de abril, envió al cardenal-vicario una promemoria o pliego de condiciones. Entre otras, ponía las siguientes: 1ª. El superior de los salesianos se comprometía a "cercar mezzi pecuniarii e materiali da costruzione", como también a dotar a la nueva iglesia de los utensilios necesarios y del personal adscrito al culto. 2ª. Al tiempo que adelantaban los trabajos de la construcción de la iglesia, "si porrà mano all´edificazione di un ospozio (internado) in favore dei poveri fanciulli". Incluso se abrirá un centro juvenil para los muchachos del barrio, con escuelas nocturnas y, si hacen falta, también diurnas. 3ª. En el caso de que las Autoridades Eclesiásticas eleven la iglesia a categoría de iglesia parroquial, el párroco será un salesiano. Y finalmente, 4ª condición: el cardenal-vicario presentará al Papa este proyecto, el cual no tendrá valor alguno sin su aprobación (Epistolario III, 564-566).

León XIII quedó muy satifecho. Pero, por lo que vemos, se exagera un poco cuando se hace decir a Don Bosco que el Papa le mandaba, y que él obedecía. De hecho, en este punto fue surgiendo una leyenda...

Don Bosco informaba a los participantes del Segundo Capítulo General (otoño del mismo año 1880) de esta manera: "Deseábamos entrar en Roma, buscábamos una ocasión propicia para hacerlo sin meter ruido: y esta ocasión se ha presentado, y el mismo Papa la ha puesto al alcance de nuestras manos" (DESRAMAUT, 1142).

Un poco antes de acabar el año, la Congregación Salesiana y la Santa Sede firmaban el acuerdo definitivo: Don Bosco, el 11 de diciembre, y el 18, el Cardenal-Vicario, una vez que el Pontífice hubiera aceptado las 15 condiciones que formulada el propio Don Bosco.

Éste volvía a reiterar su proyecto sobre la casa aneja, la cual sería de la propiedad exclusiva de los salesianos: "Tan pronto como estén en marcha los trabajos de la Iglesia y de la casa parroquial, [la Congregación Salesiana] potrà porre mano all´edifcazione di un Ospizio [internado] per fanciulli poveri e di un Oratorio festivo [Casal o Centro Juvenil] per i giovanetti della Parrocchia" (MB, XIV, 807).

Ante esta insistencia, es legítimo concluir que, ya desde un principio, Don Bosco estaba, al menos, tan interesado en la casa aneja -un internado con escuela de artes y oficios, y un casal para los niños- como en la misma iglesia. A él no le interesaba sólo una iglesia para el culto con su pequeña casa parroquial, sino que buscaba algo más, que tuviera una proyección benéfica e inmediata en el tejido social del barrio romano.

No nos ha de extrañar. Porque aquel incipiente catolicismo social del siglo XIX -incluso anterior a la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (1891)-, unía fácilmente la piedad a la acción beneficosocial. El citado Josep Maria Bocabella, el máximo promotor del Templo de la Sagrada Familia, editor y librero católico, lo tenía bien claro: en los sótanos de su iglesia, debía haber también "escuelas y talleres para elevar la condición de los obreros" (MATAMALA, 62).


El arquitecto Gaudí no perdía de vista este deseo del fundador, y, conmocionado por los acontecimientos de la Semana Trágica de 1909, se apresuró a construir unas Escuelas Provisionales de la parroquia de la Sagrada Familia, para la educación de las familias obreras del barrio. Fue tan genial el diseño, que el famoso arquitecto francés, Le Corbusier, quedó impresionado en su visita de 1928.

Don Bosco se entregó en cuerpo y alma a buscar los medios económicos que hacían falta para la construcción de todo el complejo. Fue una tarea brutal, que le desgastó la salud por completo. -Don Bosco, ¿cómo es que anda tan encorvado?, le preguntaban –Y respondía: "Ho la chiesa del Sacro Cuore in Roma, che mi pesa sulle spalle".

(Summarium super virt., III, 377: Par. 290-291).

A pesar de las recomendaciones en contra de los médicos, Don Bosco se empeñó en asistir personalmente a las fiestas de la consagración de la iglesia, que tuvieron lugar entre los días 14 y 15 de mayo de 1887. El lunes 16, celebró la Misa privadamente en el altar de María Auxiliadora de la nueva iglesia. Se sintió profundamente emocionado.


Lo narra así el cronista Carlos María Viglietti: "¡Pobre Don Bosco! Más de quince veces se puso a llorar conmovido, sin pode seguir (...). Después de la Misa (...), llegado a la sacristía, se volvió para bendecir [a los que le rodeaban] (...). Levantó la mano, rompió a llorar a lágrima viva, se cubrió la cara con las manos... Y fue preciso arrastrarlo fuera de aquel lugar (...). He querido preguntar a Don Bosco por qué se conmovió tanto, durante la misa, y me dijo: Tenía tan viva, delante de mis ojos, la escena de cuando, a los diez años, tuve el sueño de la Congregación y oía tan bien a mis hermanos y a mi madre discutir y comentar sobre la visión tenida, que se sobreponía a todo lo demás"

Con esto, Don Bosco había terminado prácticamente el curso de su vida. A los ocho meses, moría santamente en Turín. Era el 31 de enero de 1888.

La casa salesiana, aneja a la iglesia, fue organizando sus actividades muy pronto. Llama la atención la premura con que actuaron Don Bosco y los Salesianos. Porque ya en 1882, dieron comienzo a las escuelas externas y, dos años más tarde, se abrió el internado, dando cobijo al primer niño huérfano de Roma. La formación profesional se inauguró en 1883 con un sencillo taller de zapatería, pero adquirió un notable prestigio cuando entró en funcionamiento la escuela-taller de tipografía, en 1895. Esta escuela salesiana de Artes y Oficios de Roma fue muy similar a la de los salesianos de Sarriá.

Aquí en Roma, al iniciar las citadas fiestas, Don Bosco había declarado con toda claridad que aquella hermosa iglesia no se debía precisamente a la generosidad de los romanos... ¿De quién, pues? Sin duda, a la de los católicos franceses y españoles. Basta recordar el famoso viaje de Don Bosco a París, en 1883, y, tres años más tarde, a Barcelona...



Secuencia tercera


EL TIBIDABO EN LA MENTE Y EN EL CORAZÓN DE DON BOSCO

Al finalizar el invierno del año 1886, nadie se creía en Turín que Don Bosco fuera capaz de emprender un viaje hasta España. Y, sin embargo, él se atrevía a declarar: "La fame caccia il luppo dalla tana...; perció mi trovo costretto, benché cosí decadente e mal andato di salute, d´intraprendere un nuevo viaggio ed andare, forse, fino in Ispagna" (El hambre saca al lobo de su madriguera. Por eso, me veo obligado, aunque tan caduco y enfermizo, a emprender un nuevo viaje e ir, tal vez, hasta España) (Cronaca, 1 de marzo).

La imagen no puede ser más gráfica. Pero, ¿qué clase hambre le acuciaba hasta el punto de tener que salir de casa a buscar los medios necesarios para satisfacerla?

Los viajes de Don Bosco en los últimos años de su vida obedecen a dos instancias fundamentales: la propaganda -para dar a conocer sus instituciones benéficas- y el imperativo económico -para ayudarlas, y, sobre todo, buscar los recursos que le hacían falta en Roma-.

Por eso, apeló, una y otra vez, a la conciencia de los católicos franceses y españoles. Y con este propósito, se esforzaba por dar a su presencia una dimensión pontificia: le gustaba aparecer como amigo del papa, su hombre de confianza, el realizador de sus planes, el depositario de sus bendiciones. Todos debían entender que ayudar a Don Bosco equivalía a ayudar al papa...; lo que se hacía por Don Bosco se hacía por el papa...

Esta dimensión papal también estuvo presente en todo el tiempo que pasó en Sarriá-Barcelona: desde el 8 de abril hasta el 6 de mayo de 1886.

Los católicos barceloneses quedaron halagados. Deseaban tener cerca a un hombre así: que frente a la bandera del liberalismo y del anticlericalismo reinantes en tantos sectores, levantara la bandera del Papado como una institución invicta y luminosa; de una Iglesia civilizadora y misionera, válida incluso en los tiempos modernos...

Y a Don Bosco le sonrió la fortuna. Porque tuvo a su favor dos factores muy importantes.

1º. La ciudad de Barcelona sentía unas ansias incontenibles de expansión y crecimiento. Hacía tiempo que había derrocado las murallas de cuando era un enclave militar y no admitía otras murallas más que sus montes. Barcelona soñaba en el futuro. Quería ser una ciudad moderna: dinámica, próspera, culta, monumental y hermosa. Es la que encontró el joven arquitecto Gaudí, y a la cual trató de monumentalizar y embellecer por encima de todo... (La Exposición Universal de Barcelona de 1888 es la prueba contundente de lo estamos afirmando).

2º. La Iglesia local de Barcelona estaba preñada de iniciativas y actividades. Es verdad que, en parte, las divisiones internas mermaban sus fuerzas: unos se clasificaban como carlistas, otros como integristas -muchos clérigos-, otros como católicos liberales... Es también verdad que el laicismo anticlerical demostraba su vigencia en algunos sectores... El mismo affaire del presbítero y poeta nacional Jacint Verdaguer con los obispos Jaume Català i Albosa y su sucesor en la sede barcelonesa, Josep Moragades i Gili, vino a afear el panorama eclesiástico. Pero, a pesar de estas limitaciones, pienso que, en el período que va de 1880 a 1900, cabe hablar de una recatolización de Barcelona y de Cataluña. Pienso que junto a una renaixença literaria, cultural y política, hubo también una especie de renaixença católica. De lo contrario, nos faltaría, por ejemplo, el marco histórico-religioso para situar la figura de Gaudí.

Quienes impulsaban este proceso regenerador eran, entre otros:

1º. Las Congregaciones Religiosas -las nuevas y las antiguas restablecidas, las originarias del país y las que llegaban del extranjero-, las cuales, en medio de sus dificultades, acabaron por asentarse sólidamente en la Ciudad Condal y en otros puntos. E iniciaron a cubrir el suelo barcelonés con sus instituciones benéficas -docentes, hospitalarias-. A veces, sirviéndose de notables construcciones.

2º. Las múltiples asociaciones de signo católico, cada cual con su propio talante -unas atendían a la vida espiritual; otras, a la beneficencia; otras, a la formación; otras, al fomento de la propaganda católica-. Al entusiasmo de estas agrupaciones se debe el que la presencia de San Juan Bosco en Barcelona adquiriera una aureola de triunfo.


Dada su importancia en la historia que tratamos de conocer, volvemos a citar a las Conferencias de San Vicente de Paul, la Asociación de Católicos de Barcelona y la Juventud Católica de Barcelona (Ésta era la rama juvenil de la anterior, y pagó 500 pesetas para costear la primera piedra del templo del Tibidabo, de la cual ya hemos hablado).

3º. El catalanismo católico, impulsado especialmente por monseñor Josep Torras i Bages, quien ya era una figura estelar en la iglesia de Barcelona, antes de que, en 1899, le hicieran obispo de Vic. Como se sabe, él fue el guía espiritual más destacado de Gaudí.

Fuera de la práctica de los sacramentos, las devociones que estimulaban la vida de las asociaciones mencionadas se centraban principalmente en dos:

1ª. La devoción a la Sagrada Familia y a San José, propugnada concretamente por el padre Josep Mañanet i Vives (1833-1901), e impulsada por la Asociación de Devotos de San José, que fundó Josep Maria Bocabella y aprobó el obispo de Barcelona, Pantaleón Montserrat i Navarro, en 1866. Al año siguiente, apareció la revistilla El Propagador de la devoción a San José, destinada a tener una gran difusión entre las familias de la capital catalana.

2ª. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, promovida por el Apostolado de la Oración, que procedía de Francia y a cuya extensión en España tanto contribuyó Josep Morgades i Gili. Siendo canónigo penitenciario de Barcelona, entró en contacto con la clase burguesa de la ciudad y , así, pudo ampliar sus obras de caridad; nombrado obispo de Vic en 1882, llevó a cabo la restauración de la iglesia del monasterio de Ripoll entre los años 1885 y 1895. Luego fue llamado a ocupar la sede episcopal de Barcelona. La venerable doña Dorotea de Chopitea y Villota -tan vinculada a Don Bosco y al Tibidabo- ayudó eficazmente a Morgades, tanto cuando trabajaba en Barcelona como cuando se propuso emprender la citada restauración. Y, por supuesto, no ocultaba su pertenencia al Apostolado de la Oración.

Si la devoción a San José explica el por qué del Templo de la Sagrada Familia, la del Corazón de Jesús explica el por qué del Templo del Tibidabo.

La primera noticia que tuvo Don Bosco de que le iban a regalar unas parcelas en la misma cumbre de la montaña fue en su visita a la finca de los señores Martí-Codolar, en Horta, el 3 de mayo de 1886.

En este punto, lo mejor es dejar la palabra al cronista-secretario: "Esta cumbre -escribe- era propiedad, hace pocos años, de personas malvadas, que querían convertir aquel lugar en un sitio de diversiones malsanas moralmente, o construir un templo protestante. Siete buenos señores se pusieron de acuerdo y lo compraron, y hoy han decidido, de común acuerdo, regalársela a Don Bosco, a fin de que él pueda responder a los mal intencionados con las palabras de Cristo: “Vade retro, Satana” (Apártate Satanás)".

En efecto, habían realizado dicha compra diez años antes, el 30 de enero de 1876. Se trataba de dos piezas de terreno que, en su conjunto, comprendían un par de hectáreas.

Los compradores estaban decididos a salvaguardar solidariamente el objetivo al que había obedecido la compra: ninguno de ellos debía alterarlo o tergiversarlo por su cuenta. Es decir, estaban decididos a salvaguardar el destino cívico y urbanístico de aquella cúspide, que consideraban privilegiada.

No nos debe extrañar esta actitud un tanto combativa; el antiliberalismo y el antiprotestantismo eran notas típicas del mundo católico de entonces (Por eso, el Vaticano aceptó con gusto que, junto a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Roma, hubiera también unas escuelas salesianas, para contrarrestar la acción de los centros protestantes en aquella barriada).

Si no todos, al menos la mayoría pertenecía a las Conferencias de San Vicente de Paul o/y a otras asociaciones católicas. Un personaje destacado del grupo se llamaba Manuel María Pascual y de Bofarull, abogado, cuñado y colaborador de confianza de Luis Martí-Codolar y Gelabert, el propietario que había agasajado en su finca de Horta a San Juan Bosco. (Más tarde, en 1905, la Santa Sede le concedió el título de Marqués de Pascual).

Lo que se anunció, se llevó a cabo dos días después -5 de mayo-, en el presbiterio de la iglesia-santuario de Nuestra Señora de la Mercè, que, luego (1918), fue elevada a la categoría de basílica. Después del canto solemne de la Salve Regina, se adelantaron los citados propietarios y entregaron a Don Bosco el documento de donación que conocemos.

Al entregárselo, el Presidente de las Conferencias -el mencionado don Manuel- dijo a Don Bosco: "Para perpetuar el recuerdo de vuestra visita a esta ciudad, se han reunido estos señores y, de común acuerdo, han determinado cederos la propiedad del monte Tibidabo, a fin de que en la cumbre del mismo -que amenazaba convertirse en un semillero de irreligión- se levante un santuario al Sagrado Corazón de Jesús, para mantener firme e indestructible la religión, que con tanto celo y ejemplo nos habéis predicado y que es noble herencia de nuestros padres" (MB 18, 113).

El texto que acabamos de leer está tomado de las Memorias Biográficas de San Juan Bosco, las cuales no acostumbran indicar la fuente de información.

El cronista, Carlos María Viglietti, describe así la reacción de Don Bosco: "A partir de Turín -dijo-, iba pensando en mi interior la manera de promover cada vez más la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; y me decía: “ahora la iglesia de Roma está terminada; ¿dónde podré yo erigir al Divino Corazón algún otro monumento”?... ¡Ah, mis buenos señores! -añadía llorando-, ¡vosotros sois los instrumentos de Dios! La Providencia me decía Tibi-dabo, es decir: yo te buscaré un lugar donde puedas satisfacer tus deseos...¡Me manda a vosotros! Y yo, ayudado por vuestra caridad y vuestro celo, levantaré, con el tiempo, sobre este monte, un templo al Sagrado Corazón de Jesús, precisamente en una ciudad donde aún no tiene un monumento. Allí subirán los fieles..., tendrán facilidad para frecuentar los sacramentos; y a vosotros, señores, deberá Barcelona tan señalado beneficio, tal prueba de religiosa piedad” (Cronica, 5 mayo1886).

"Después Don Bosco -prosigue el cronista-, impartida la bendición a la inmensa multitud, fue acompañado a la sacristía, donde estampó su firma en un registro ad hoc, firmado por los más célebres visitantes de aquella iglesia" (Ibid.).

(El Boletín Salesiano reprodujo la fotografía de la firma de Don Bosco, pero, por desgracia, el citado registro desapareció en los acontecimientos del julio de 1936).

Al día siguiente, Don Bosco abandonaba Barcelona y, después de pasar la noche del 6 al 7 de mayo en Girona, atravesó la frontera por Port-Bou.

Aquel acto encendió la esperanza en muchos corazones católicos de Barcelona. Pero no faltó la nota displicente e irónica del periódico anticlerical titulado El Diluvio: "Varios propietarios del Tibidabo ofrecieron a Don Bosco unos terrenos para levantar en ellos un templo dedicado al Corazón de Jesús. Don Bosco aceptó el donativo. El santo derramó lágrimas de agradecimiento, y los propietarios derramaron palmos de terreno" (Jueves, 6 de mayo 1886, pág. 6315).

A este propósito, doña Dorotea de Chopitea tuvo un gesto genial. Antes de terminar el mes de mayo dispuso que comenzaran los trabajos para la construcción de una capillita, de estilo gótico, en la misma cumbre de la montaña. La conocemos bien. El 3 de julio se bendecía. De esta forma la señora quería declarar ante toda la ciudadanía de Barcelona que aquel lugar tenía ya un dueño...

Mientras tanto, ¿qué idea se fue formando Don Bosco sobre el destino concreto que podía dar al terreno que le habían regalado? En la carta abierta dirigida a los Cooperadores y Bienhechores de toda la Familia Salesiana en enero de 1887, escribía textualmente: "Por lo que toca a España (...), se nos dio también en propiedad gran parte de una vasta y alta montaña, llamada el monte Tibidabo, con el fin de elevar en su cumbre un santuario en honor del Sagrado Corazón de Jesús, con una casa contigua que deberá servir de seminario para nuestras misiones" (BS, enero 1887, 2).

Una vez más, lo mismo que en Roma, aquí también una casa contigua o aneja a la iglesia. Parece que a Don Bosco no le guste tener sólo una iglesia. Junto al lugar del culto, él necesita una obra benéfica o un centro de formación cristiana. Si en Roma soñaba con unas escuelas y un casal para la juventud del barrio, en Barcelona soñaba en un seminario destinado a la preparación de los futuros misioneros.

Con esto, Don Bosco nos revela otra de las grandes preocupaciones que le acompañó constantemente mientras estuvo entre nosotros: las misiones. Tan pronto como llegó a Sarriá, ya en la segunda noche, se puso a soñar en las misiones: y tuvo el sueño profético- misionero más importante de su vida. Y es que, algún tiempo antes, en 1875, había enviado sus primeros misioneros a Argentina. Y desde que, cuatro años más tarde (1879), atisbó la probabilidad de que su Congregación llegara a establecerse en España (en Utrera-Sevilla), acarició la idea que la España Salesiana se convirtiera como en una gran plataforma de lanzamiento de sus misioneros a tierras de Sudamérica. A la España Salesiana la entendía unida a la empresa misionera.


A partir hora comienza la historia de la transmisión de la propiedad a los salesianos. La hemos calificado de "tortuosa". Basta con recordar los momentos más importantes.

Primer momento. Por motivos que desconocemos, la escritura de venta (donación) de los terrenos del Tibidabo a favor de los salesianos se firmó muy tarde, después de dos años del acto de entrega en la iglesia de la Merced; es decir, el 18 de agosto de 1888. Tal vez, se llegó a dar este paso porque, con la autorización de los salesianos, el Gobernador Civil de Barcelona había levantado un pequeño pabellón para acoger en la cumbre a la reina regente, María Cristiana de Habsburgo a raíz de la inauguración de la citada Exposición Universal, en mayo de ese mismo año. El apoderado, designado por los propietarios oferentes para esta operación, fue Delfín Artós y Mornau.

Segundo momento. El proyecto de la Diputación de Barcelona de construir en la cima del Tibidabo un refugio montañero juntamente con un Observatorio Metereológico. El Gobierno Civil aceptó este proyecto y anunció la declaración de la cumbre como de Utilidad Pública, y, por tanto, sometida a la Ley de Expropiación Forzosa. Esto ocurría el 9 de octubre de 1890.

En consecuencia, el señor Artós, al ver que era ya imposible la construcción de la iglesia prevista, exigió –en fuerza de una de las cláusulas del instrumento de la venta-donación- la retrocesión de los terrenos. El superior de los salesianos, el mencionado Felipe Rinaldi, no tuvo más remedio que aceptar la nueva situación creada, aunque se reservaba el derecho de ponerlo en conocimiento del Rector Mayor y esperar su confirmación. Esto ocurría a los pocos días, el 22 de octubre.

Tercer momento. Como esa confirmación de parte del Rector Mayor -don Miguel Rua- no llegaba, todo el asunto quedó bloqueado por espacio de diez años, de 1890 a 1900. Ninguna de las partes quería ceder. Era una parálisis de muerte, porque el monte Tibidabo se iba revalorizando, y la cumbre era cada vez más apetecida y buscada por todos.



Cuarto momento. El 20 de febrero de 1899, el doctor Salvador Andreu y Grau (1841-1928) y sus colaboradores habían constituido la Sociedad Anónima El Tibidabo, la cual pretendía adquirir toda aquella cumbre, urbanizarla y explotarla con fines turísiticos.



Después de diversas gestiones, las partes implicadas llegaron a un acuerdo: la Sociedad Anónima se quedaba con toda la cumbre (es decir con las dos parcelas), pagando 10.000 pesetas de indemnización al señor Delfín Artós y concediendo a los salesianos los 6.000 metros cuadrados que pedían para la iglesia a cuya construcción se obligaban seriamente. Llevaron las gestiones el señor Ramón Macaya y Gibert, director de la empresa del Funicular y delegado de la Sociedad Tibidabo, y don Manuel Benito Hermida, benemérito superior de los Salesianos de Sarriá. La Escritura de Venta y Carta de Pago se firmaron en agosto de 1900.


Pero los acuerdos ya estaban tomados en el mes de mayo. Fue una "buena noticia" para los salesianos, quienes la consideraron como una gracia de la Virgen. "Durante la novena de María Auxiliadora -escribía uno de la comunidad al director del Boletín Salesiano-, nos han sido concedidos en propiedad, por la Sociedad del Ferrocarril Tibidabo, seis mil metros cuadrados de terreno (...) al objeto de construir allí un magnífico Templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús" (BS, agosto 1900, 221).


Según esto, se comenzaba a capo (desde el principio). Como si catorce años antes -en mayo de 1886-, no hubiera ocurrido nada en el presbiterio de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced...


Ahora podemos comprender, por una parte, la angustia de aquellos salesianos durante el decenio 1890-1900, cuando, humanamente hablando, no se veía que pudiera cumplirse la profecía hecha por su querido Padre y Fundador, Don Bosco; y, por otra, la inmensa alegría que experimentaron cuando vislumbraron que...¡sí!, que la profecía podía ser aún una hermosa realidad. Gracias, esta vez, a la intuición religiosa y turística de los señores de la Compañía Tibidabo...

Por eso el nuevo padre provincial, el italiano Antonio Aime -hombre de gran empuje y simpatía popular- se decidió a organizar todo para colocar la primera piedra en dicembre de 1902. Y es que tenía motivos más que sobrados para hablar -según hemos dicho- de "un nuovo miracolo del nostro Padre Don Bosco".


CONCLUSIÓN

Ya es hora de concluir esta lectio brevis...

Ahora me preguntaréis: <"¡Bueno! Después de toda la exposición histórica sobre Don Bosco y el Tibidabo, a qué conclusión llegamos?" Dentro de la opacidad, la ambigüedad y las contradicciones en que se mueve con frecuencia la vida de los hombres, cabe subrayar al menos tres puntos.

En primer lugar, hemos comprobado que nuestro Templo ha nacido de dos amores que albergaba el corazón de Don Bosco: amor al Sagrado Corazón de Jesús, y amor a los barceloneses, quienes le acogían como a un mensajero del Papa, y le pedían un lugar de culto, especialmente dedicado al cultivo de esta devoción.


En segundo lugar, hemos visto la fidelidad de la Familia Salesiana que, de una manera u otra, luchó para que la profecía del Padre no se perdiera para siempre.

En tercer lugar, hemos podido constatar el modo que tenía Don Bosco de enfocar y practicar la devoción al Corazón de Jesús. Todos saben que ésta no se ha entendido siempre de la misma manera. Una cosa fue en los tiempos de León XIII, y otra, después del Concilio Vaticano II (1962-1965), durante el pontificado de Juan Pablo II. Entre los salesianos, esta devoción asumió sus formas, digamos, típicas, en los años del rectorato del Beato Miguel Rua (1888-1910) y de su sucesor, don Pablo Álbera (1910-1921), e incluso también, en los de don Felipe Rinaldi (1922-1931).



El Corazón de Jesús de don Bosco es el Corazón del Buen Pastor, quien deja en seguro las 99 ovejas, y marcha en busca de la perdida. Y así, en Roma, junto a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, debía haber unas escuelas para los niños de la barriada, y, un internado para los huérfanos, y un casal para los muchachos de la parroquia, y, más tarde, una librería de propaganda católica. Y, en el Tibidabo, a ser posible no debía faltar un seminario para la formación de los futuros misioneros.

Es decir, en la devoción que practicaba San Juan Bosco hacia el Corazón de Jesús se unen espíritu y obras, mística y misión, contemplación y acción, muerte y vida. "Yo soy el buen pastor. El pastor bueno se desprende de su vida por las ovejas (...). Tengo otras ovejas que no son de este recinto; también a éstas tengo que conducirlas (...). Por eso me ama mi Padre, porque yo me desprendo de mi vida. Nadie me la quita, la doy yo voluntariamente" (Jo 10, 11-18). "Yo he venido para que vivan, y estén llenos de vida" (Jo 10, 10).



No hay comentarios: