Primera Navidad en el Nuevo Continente

por María Teresa Villaverde Trujillo

James McConnell: La Santa María, La Pinta y La Niña

En el primer viaje Cristóbal Colón utilizó tres naves, -dos carabelas y una nao-, aunque comúnmente se conocen como las "Tres Carabelas": la Santa María, la Pinta y la Niña.

La Santa María no era propiamente una carabela en contra de lo que siempre se afirma al decir las Tres Carabelas. Se trataba de una carraca, o sea, una nao en el lenguaje náutico español de la época. Con sus tres palos era una carraca menor llamada originalmente La Gallega por haber sido construida en Galicia. De acuerdo con las normas de estiba de entonces, la Santa María podía llevar una carga de 106 toneladas, 51 toneladas actuales. Según se detallaba, la nao capitana "... en el palo mayor aparejaba dos velas cuadradas: la mayor con una cruz roja en el centro y una vela de gavía. El trinquete portaba una sola vela cuadrada y el palo de mesana aparejaba una vela triangular latina. Del bauprés colgaba una vela de cebadera…”
Durante el primer viaje del Almirante la Santa María se perdió en el Caribe la vispera de Navidad cuando Colón realizaba un reconocimiento por la costa norte de La Española. Debido a una mala maniobra la nao encalló en los arrecifes, cerca de la ciudad actual de Cap Haïtien, causándosele un daño irreparablemente. Con la colaboración del cacique Guacanagaríx y los indígenas fue posible rescatar la carga y las maderas del barco; entonces Cristóbal Colón ordenó construir un pequeño fortin llamándosele Fuerte de la Navidad. Terminado el mismo dia 25 de diciembre con gran emoción la tripulación de ambas naves efectuaron el acto religioso propio de la festividad sin saber que estaban celebrando la Primer Navidad en el Nuevo Continente.
Allí quedó fundada además la primera construcción en el Nuevo Continente, localizada entre la desembocadura del río Guarico y la Punta de Picolet, en la costa noroccidental del moderno Haiti.

Navidad: el corazón del mundo


por el P. Ramiro Pellitero
Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra
14-XII-2009


El origen de “el Belén” o “el Nacimiento”, como se llama entre nosotros, parece que se remonta a San Francisco de Asís, que revivió el nacimiento de Jesús en la cueva de Greccio en 1223. Después se extendería por toda Europa la costumbre de representar el Misterio de la Navidad con figurillas más o menos artísticas. Actualmente es muy popular en España y en los países de habla hispana.

Sin duda son costumbres emparentadas con el Belén las “pastorelas” de los países latinoamericanos –sobre todo México–. Son pequeñas piezas de teatro, herederas de los “autos sacramentales” que los españoles llevaron en la evangelización primera. Todas cuentan la misma historia: la historia real de la Navidad, mezclada con acontecimientos actuales, no sin cierta dosis de buen humor y una chispa de ironía.

En Oriente es muy conocido el icono de la Navidad, que viene a ser un Belén pintado, aparentemente sobrio, pero muy sugerente si se mira de cerca. Todo él es una montaña sobre la que se sitúan de un lado los ángeles (algunos en posición de adoración: otros llevan una túnica, para que, como dice San Pablo, “nos revistamos” de Cristo, de sus virtudes). Por otro lado vienen los Reyes magos. La Trinidad envía desde lo alto el rayo del Espíritu Santo, que se condensa en una estrella sobre la cueva oscura de Belén: el mundo que necesita a Dios.


En ese pesebre está aquél Niño, para el que no hubo lugar en la posada, como pidiendo posada en nuestro corazón, y también para los forasteros, los inmigrantes, los “sin techo”. Sorprendentemente, el Niño no está envuelto en pañales, sino embalsamado para su sepultura, porque va a morir en una Cruz. Ha querido bajar a lo doloroso y oscuro del mundo, hasta “los infiernos” de la increencia, el miedo y la desesperanza, como Sol de la Verdad, luz que brilla en la tiniebla. La Virgen, recostada junto al pesebre, mira al espectador, invitándole a “entrar” en el Misterio.


Abajo a la izquierda, San José, meditando; frente a él un personaje que suele interpretarse como el demonio, en un intento de apartarle de su misión. Al otro lado, dos mujeres lavando un niño, como para asegurarnos que Jesús necesita los cuidados normales de un pequeño. Con frecuencia se distingue a un anciano que se identifica con el profeta Isaías, el que anunció la encarnación del Hijo de Dios. En los flancos, dispersos por doquier, pastores, animales, vegetación…


Todo queda transformado por esa luz dorada de la gloria que viene de lo alto y que al mismo tiempo parece surgir desde dentro de cada personaje. Es la Revelación del anonadamiento amoroso de Dios, representado como fruto de la religiosidad popular de los cristianos orientales desde hace muchos siglos.
Dice San Pablo que la fe viene “por el oído”, es decir, por la predicación, por el anuncio del Evangelio. Pero importa mucho que los hechos que fundamentan la fe entren asimismo por los ojos. San Juan dice: “Lo que hemos visto con nuestros ojos os lo anunciamos”.

También el árbol de Navidad puede ser un signo cristiano: embellecido con guirnaldas y espumillones, hojas de acebo y cintas rojas, campanillas, cascabeles, lucecillas y regalos, y coronado con la estrella de Belén. Todo él, símbolo del árbol de la Vida que es Jesús. Él es el verdadero regalo que Dios nos da. Nuestra pequeñez propiamente no podría darle nada. Paradójicamente podemos dar el “todo” de nuestra vida, en tantos detalles diarios con los que nos rodean.

Y es que, en realidad, las figuras del Belén, los personajes de las “pastorelas” o de los iconos orientales o incluso el árbol de la Navidad somos cada uno, en las circunstancias de su vida, hoy y ahora. Para los niños es más fácil “meterse en el Belén”, por su imaginación más viva. Hay que enseñarles que esas figuras de barro o de plástico no son meras representaciones. Somos nosotros mismos. Podemos, sobre todo, querer tomar en brazos al Niño para mecerle o decirle cosas. Aprender de él –acaba de recordar Benedicto XVI–, de su humildad, de su pobreza; querer llevarle –antes que los pastores y los Reyes Magos– pequeños regalos, sobre todo ser mejores, portarnos mejor. O hablar con María para felicitarla, y ayudar en su trabajo a José. Alabamos y damos gracias a Dios Padre en las alturas cantando el “gloria”, como los ángeles; llevamos al Niño un corderillo sobre los hombros, un poco de queso, leche o miel, algo de ropa, porque hace frío…, como cantan los villancicos populares. Los pastores –evocaba hace pocos días también el Papa– reciben el signo de un “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, como cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “en quienes Él se complace” (Lc 2,12-14).

Tal vez no nos atrevamos más que a “ser” la mula y el buey (que dan algo de calor en aquél ambiente pobre e inhóspito); o un perrillo fiel con una mancha negra que le cubre parcialmente un ojo, y que vigila sin pestañear. O simplemente el riachuelo que pasa, o algunas piedras y arena del desierto. Y las luces que se apagan y se encienden –nuestra libertad para seguir a Dios–, menos la del Portal que está siempre encendida, porque la ha encendido Dios, que ha posado allí su estrella: la gran luz del amor que viene del Espíritu Santo y que quiere hacerse vida desde dentro del corazón de las personas. La estrella de Belén nos muestra a Dios que se ha hecho niño pequeño –dicen los santos– para que nos atrevamos a tratarle.

Pero podría ser que nos mantengamos en nuestras casas, un poco al margen de todo lo que está sucediendo, iluminados a medias. Más o menos distraídos en un quehacer rutinario, interrumpido por un consumismo frenético que “desgasta” en lo material porque no tiene otras cosas más importantes que ofrecer. Porque no se da cuenta de que la Navidad es el acontecimiento que da sentido a la vida de cada persona y a la historia del mundo.

Claro que para entender este “nacimiento” hay que cambiar, hacerse pequeños, volver a nacer uno mismo… ¿No es eso lo que hace Dios, o mejor, lo que ha hecho de una sola vez, pero de manera que tiene un valor siempre actual, y nos invita a participar de esa infancia que todo lo puede?

Frente a un modo de “poner” y “vivir” el nacimiento de Dios en la tierra que muchos juzgarán sin duda de “ingenuo” –porque lo hace “vida” propia la inocencia de los niños–, está “la noche” de los que no saben o no quieren saber. Una noche que dura siglos, pero que debemos acortar en estos días; con la alegría que precede a la fiesta –¡que Dios nace es la razón de nuestra alegría y por tanto la causa de la fiesta!– y con la atención especial a los que nada tienen para dar, porque ellos mismos son “los pobres del Belén” en carne y hueso; pero quizá por su pobreza son más capaces que otros de reconocer al Dios hecho hombre.

“Miremos –nos invita el Papa– el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan, y sobre todo están seguros de que en su historia está la obra de Dios”. También está Dios en la historia de cada persona. Incluso de aquellas que lo ignoran. “Para alegrarnos –ha dicho Benedicto XVI–, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en la cabaña o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo”.

Don Bosco decía...


Si junto a ustedes se encuentra algún huérfano, ténganle un cuidado y una atención muy especial. Quien protege a los huérfanos, será bendecido por Dios en medio de los peligros de esta vida y protegido con amor por la Virgen María en el momento de su muerte.

Aguinaldo 2010

Presentación Preliminar


"Realmente no hay nada más bello que encontrar y anunciar a Cristo a todos"[1]

Con ocasión del centenario de la muerte de Don Miguel Rua, fidelísimo a Don Bosco y a su carisma, quisiera invitar a toda la Familia Salesiana a actuar como un verdadero movimiento de discípulos y de apóstoles de Jesús, y a comprometerse en la evangelización de los jóvenes.

El compromiso evangelizador es el fruto y la consecuencia de la identidad del discípulo del Señor Jesús que, siguiéndolo, se convierte en su misionero apasionado. Así queremos asumir el desafío de ayudar a los jóvenes "a mirar a los demás no sólo con los propios ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo"[2].

El aguinaldo de 2010 se inspira en el año paulino, que acaba de concluir, y en el Sínodo sobre la Palabra, durante el cual tuve una intervención sobre la narración de los discípulos de Emaús, contemplada como un modelo para la evangelización de los jóvenes por su contenido y por sus métodos.

"Señor, queremos ver a Jesús"
A imitación de don Rua,
como discípulos auténticos
y apóstoles apasionados
llevemos el Evangelio a los jóvenes

Numerosos grupos de la Familia Salesiana se encuentran ya en sintonía con este compromiso. Como ejemplo os indico dos citas de los capítulos generales de los SDB y de las FMA.

El Capítulo General XXVI de los salesianos es consciente de la urgencia de evangelizar y de la centralidad de la propuesta de Jesucristo: "Consideramos la evangelización como la urgencia principal de nuestra misión, conscientes de que los jóvenes tienen derecho a oír el anuncio de la persona de Jesús como fuente de vida y promesa de felicidad en el tiempo y en la eternidad"[3]. Nuestra "tarea fundamental es por tanto la de proponer a todos el vivir la existencia humana como la vivió Jesús. (…) Debe ser por tanto central en la acción apostólica el anuncio de Jesucristo y de su Evangelio, juntamente con la llamada a la conversión, a la acogida de la fe y a la inserción en la Iglesia; de aquí nacen luego los caminos de fe y de catequesis, la vida litúrgica, el testimonio de una caridad activa"[4].

El Capítulo General XXII de las Hijas de María Auxiliadora reconoce que es el Amor de Dios el que nos empuja: "El cenáculo, el lugar donde los apóstoles se encuentran todos juntos, no es una morada estable, sino una base de lanzamiento. El Espíritu los transforma de hombres miedosos en ardientes misioneros que, llenos de coraje, llevan por los caminos del mundo el mensaje gozoso de Jesús Resucitado. El amor empuja al éxodo y a salir de sí mismo hacia nuevas fronteras para hacerse don: el amor crece por medio del amor[5]. María, que desde el cenáculo enseña a abrir las puertas, ha sido la primera que ha vivido la experiencia del éxodo y de ponerse en camino. La primera evangelizada se ha hecho la primera evangelizadora. Llevando a Jesús a los demás, ella ofrece su servicio, lleva alegría y hace experimentar el amor"[6].


Sugerencias para la realización del Aguinaldo

He aquí algunos elementos útiles para lograr que los grupos de la Familia Salesiana se comprometan a llevar el evangelio a los jóvenes. Es una propuesta para cada uno de los grupos, pero también para los consejos locales e inspectoriales de la Familia Salesiana.

1. Profundizar, con una adecuada reflexión, en los consejos locales e inspectoriales, en el planteamiento de la pastoral, de forma que sean operativas las opciones sobre la centralidad de Jesucristo, el testimonio personal y comunitario, la relación recíproca entre educación y evangelización, la atención a la diversidad de los contextos, la implicación de las familias.

2. Concretar en los consejos locales e inspectoriales las modalidades para hacer en común experiencias de evangelización de los jóvenes, según la "Carta de la misión de la Familia Salesiana".

3. Suscitar en particular la colaboración de la Familia Salesiana, a nivel Inspectorial y local, para realizar la misión juvenil, como forma actualizada de anuncio y catequesis, implicando a los mismos jóvenes como evangelizadores de los jóvenes.

4. Valorar las Exortaciones Apostólicas de los sínodos continentales para precisar las prioridades y las formas específicas del propio contesto para la evangelización de los jóvenes. En el caso de América Latina adherirse a la "Misión Continental", programada por la asamblea de los obispos, que ha tenido lugar en Aparecida; en el caso de la región de África y Madagascar seguir las indicaciones del próximo Sínodo de los Obispos.

Don Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
Roma, 2 de junio 2009

[1] Cf. BENEDICTO XVI, Sacramentum Caritatis, n. 84.
[2] Cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 18.
[3] CG26 SDB, n. 24.
[4] BENEDICTO XVI, Lettera a don Pascual Chávez Villanueva, Rettor Maggiore dei Salesiani, in occasione del Capitolo Generale XXVI, 1 marzo 2008, n. 4.
[5] Cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 18.
[6] CG XXII FMA, Piú grande di tutto é l'amore, n. 33.